Si los jóvenes se parecen más a su tiempo que a sus padres, como se dice, me es muy engorrosa la misión de confiarles unas palabras a los de hoy desde la distancia de los años, como me han solicitado en este diálogo de generaciones.
Sí, porque los muchachos del presente son, quiérase o no, reflejos de las crisis e incertidumbres de estos últimos años, en que la Revolución Cubana —aunque vivita y coleando— ha visto menguar muchos de sus alcances económicos y sociales, en medio de una guerra feroz de sus enemigos por extirparla de una vez.
A los que parten hacia ignotos parajes con el sueño de un proyecto de vida que no encuentran en su terruño, solo pedirles que, en su búsqueda de progreso personal, no renieguen de su tierra ni de sus orígenes, ni terminen de rehenes de odios y fundamentalismos apocalípticos ajenos. No se tomen la Coca Cola del olvido ni intoxiquen sus lazos sentimentales con su suelo natal.
Y a los que se quedan y arrostran las complejidades, carencias e insuficiencias del país, a esos con más razón hay que abrirles los brazos como el Alma Mater de la Colina Universitaria, y buscarles un espacio digno y amplio para que, por encima de tantas asperezas y calamidades, puedan hacerse sentir en el empeño de mejorar nuestra sociedad y ver la luz algún día, sin olvidar nunca a quienes a fuerza de tropezones les han abierto los caminos hasta aquí.
Se necesitan hoy en todos los órdenes, campos y disciplinas, jóvenes que se manden y se zumben, con empuje y talento para sortear tantas dificultades y reconsiderar tantos entuertos. Mentes y energías renovadas y justicieras, comprometidas, sí, pero con un socialismo más pleno, participativo y democrático que buscan todos los días. Y a la vez ese debe ser un compromiso crítico ante todos los obstáculos y las máculas que frenen el progreso de nuestra sociedad: el oportunismo, la corrupción, la simulación, la doble moral, la indolencia y el desparpajo.
Si queremos continuidad de la Revolución, esa continuidad que estaría en manos de nuestros jóvenes implica, junto a la observancia de principios sagrados, la dialéctica decantación de todo lo inoperante que ha abroquelado y menguado nuestro socialismo. No podemos seguir repitiendo errores y torpezas. Con nuestros jóvenes leales y límpidos nos urge más liderazgo y menos autoritarismo. Más consulta, consenso y convencimiento que imposición. Más transparencia y más democracia. Más espacios y canales para encauzar las inconformidades y buscar siempre soluciones inteligentes al disenso y la molestia.
Estos son apenas breves apuntes y deseos de un veterano con arrestos juveniles por una Revolución que aún tiene que seguir probándose y legitimándose. Un cubano que ha vivido en, desde y con la Revolución, desde una fiera resistencia y una lealtad crítica e inconforme, nada complaciente. Una voz propia y complicada dentro de las filas del Partido Comunista de Cuba.
Al final, y respetuoso de quienes no tienen que entender ni soportar tanta contrariedad, y nos abandonan en busca de otros horizontes, digo aferrado a nuestro Silvio de aquellos años cruentos de los 70, para consuelo de tantos viejos resistentes y retadores: «Quedamos los que puedan sonreír, en medio de la muerte en plena luz…».