Diego nació en Guantánamo y siempre estuvo orgulloso de ello. Fue un estudiante modelo, completó sus estudios preuniversitarios con excelentes notas y, como había sido su deseo, entró en la Universidad de Ciencias Informáticas, por lo que se mudó a La Habana, ávido de vivir la experiencia capitalina que hasta entonces desconocía.
Hizo buenas amistades, de gustos afines, y disfrutaban al máximo, salían juntos los fines de semana alternos para conocer la ciudad y despejar de la carga académica.
Con lo que no contaba era que así mismo conocería capitalinos que se decían orgullosamente regionalistas e intentarían con insistencia hacerlo sentir disminuido por su origen, incluso cuestionaban sus aptitudes, educación y modales porque «el resto es área verde».
Cuba no es solo La Habana, pero no es menos cierto que el mayor potencial económico, científico, tecnológico y académico del país se encuentra centralizado en su capital, de ahí que las oportunidades de empleo sean mejores.
Ese es el motivo principal que lleva a un cubano residente en otras provincias a trasladarse hacia la capital, el deseo de una vida más generosa y activa, en lo que, cabe señalar, no hay ningún agravio.
Tristemente, historias como la de Diego son comunes en nuestro país. Un muchacho brillante, humilde y con ambición que debe enfrentarse a tratos denigrantes e irrespetuosos.
En esta ocasión se empleó el término regionalismo, mayormente conocido en nuestra historia por ser una de las causas que dieron al traste con la unidad, tan buscada durante la guerra de los diez años, y tiene dos vertientes.
Alude, por una parte, al orgullo de representar una región específica, y al apego a las cosas y costumbres pertenecientes a esa región. Porque a nadie le agrada que un extraño llegue a perturbar el orden de su casa.
Sin embargo, la marcada connotación negativa surge cuando analizamos más allá de la región propia. Cuando asumimos directamente que toda persona proveniente de otra región es un lastre. Entonces el regionalista se convierte en alguien que disminuye a los compatriotas de diferentes regiones del país. Incurriendo en un modo de discriminación.
¿Qué se entiende por discriminación? La Real Academia de la Lengua Española define discriminar como dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etcétera. Pero, ¿qué la hace una actitud incorrecta?
Lo preocupante es que esas actitudes flagelan el principio de la igualdad, amenazan el pensamiento de hermandad y solidaridad entre las personas de la nación, fomentan prejuicios y estigmas sociales arcaicos que afectan seriamente la vida en sociedad.
Según el artículo Los efectos de la discriminación en la salud y el bienestar de las personas, publicado en LinkedIn por una experta en interculturalidad, diversidad, equidad e inclusión, Shirley Saenz, de la Universidad del Rosario, en Colombia, la discriminación es un tipo de estresor sicosocial que afecta el bienestar físico y sicológico de las personas.
«En primer lugar, conduce a emociones negativas que provocan síntomas de angustia, depresión, ansiedad y aumentan el riesgo de trastornos siquiátricos de por vida. En segundo lugar, daña la autoestima de las personas por cómo se empiezan a percibir a sí mismas, y se afectan sus posibilidades de relacionarse efectivamente con los demás, afectando así su bienestar emocional» subrayó.
De ahí el llamado del Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, a pensar como país, lo cual nos convoca a edificar el futuro de la nación: uno de ideas revolucionarias y de personas que sumen, viendo más allá de diferencias y sesgos discriminatorios o divisiones. La unidad es primordial porque en estos momentos de crisis debemos reparar y crecer.
Como ha dicho él mismo, «pensar como país, pensar Cuba, es que todos nos entreguemos en cuerpo y alma al servicio de la nación, sacando el mayor provecho de la fuerza más formidable y poderosa de la Revolución: la unidad».