Diez años de esfuerzos para forjar una nación estaban a punto de perderse en un instante de vacilación. Si se consumaba la rendición, no habría futuro para la lucha en Cuba: reinaría el desaliento, se desvanecería nuestra ideología como nacionalidad.
Tales verdades, como templos en medio de la sabana, poblaban tal vez la mente del Mayor General Antonio Maceo Grajales mientras el sol disipaba la neblina de la mañana el 15 de marzo de 1878, en los Mangos de Baraguá.
El recuerdo de la sangre generosa de sus compañeros caídos, el sentido de la honra y la justicia que aprendió en su hogar, le impedían al joven mulato arriero, que a fuerza de coraje y entrega llegó a Mayor General, aceptar la afrenta que se le proponía.
Mientras él se batía con más entusiasmo en los campos orientales, en el centro del país se había firmado el Pacto del Zanjón, que pretendía poner fin a la guerra, pero sin la independencia ni la abolición de la esclavitud por la que tanto se había luchado durante diez años.
«¿Qué dirán ahora mis subalternos? Mis hermanos, unos inutilizados, los otros heridos, ¿qué dirán? (…) ¡Y yo, que tengo todo el pecho sembrado de balas españolas!», cuentan que repetía una y otra vez el 10 de febrero de 1878, al conocer la aciaga noticia con diez heridas en su pecho.
Cuando el 18, en Piloto Arriba, pudo confirmar lo sucedido por boca del propio General Máximo Gómez, dicen que escuchó con calma las razones: el movimiento revolucionario no había podido resistir el embate del general Arsenio Martínez Campos, el Pacificador, quien conocedor de las fracturas que minaban la unidad de los cubanos y con métodos sutiles, había conseguido desarmar al Ejército Libertador.
Fue entonces cuando se impusieron los bríos de los casi 33 años del General Antonio y su vergüenza lo llevó hasta las cercanías del Cauto para comunicarles a los jefes que aún peleaban su determinación de proseguir la lucha. Para dejar clara su posición de principios, y de paso ganar tiempo, aceptó entrevistarse con Martínez Campos, quien le consideraba el último obstáculo para conseguir la paz.
Por eso dos hamacas entre la bruma de la sabana eran ahora el mejor podio para la dignidad. Y el gesto viril de Antonio Maceo, secundado por el fervor de los jefes orientales, salvarían el futuro de Cuba para todos los tiempos.
«Basta de sacrificios y sangre, bastante han hecho ustedes asombrando al mundo con su tenacidad y decisión, aferrados a sus ideas…»,
recoge la historia que aseveró el general español con palabras que sonaron amables, después de las presentaciones.
Con la firmeza y ecuanimidad que le caracterizaban, Antonio Maceo contradijo entonces al Pacificador. «Los orientales no estamos de acuerdo con lo pactado en el Zanjón (…) Le suplico que no se tome la inútil molestia de leer lo que sabemos, lo que no queremos y estamos dispuestos a rechazar. ¡Guarde usted ese documento, no queremos saber de él!», respondió para la historia el hijo de Mariana.
Con aquel rotundo «No, no nos entendemos», el Titán de Bronce no solo salvó el prestigio de la Revolución, sino que, al convertir la capitulación en tregua, abrió las puertas a nuevas etapas de esfuerzos libertarios.
La determinación de Maceo y sus acompañantes aquella mañana refrendó para el futuro una de nuestras más altas tradiciones patrióticas: la intransigencia revolucionaria.
A 146 años de la respuesta del Titán de Bronce, las lecciones de ética y civismo bajo aquellos mangos continúan marcando el futuro de Cuba ante las amenazas y dificultades de tiempos en que sobreviven los zanjoneros, los paladines del cansancio envuelto en concesiones, los abogados de la desunión, los asesinos del honor y también la firmeza de muchos abrazados a los ecos de aquel grito mambí: «¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo..!».
El espíritu y las lecciones de aquella vibrante entrevista continúan acompañándonos y dejan claro el camino. Ni la independencia del país ni los principios se negocian; salvaguardar la unidad es la única garantía de la continuidad de esta Revolución victoriosa que se enalteció en Baraguá, continúa diciéndonos el Titán.