Décadas de una violencia estructural provocada por la pobreza y el abandono del pueblo haitiano han desembocado en una violencia social que se da la mano con lo que pudiera considerarse hoy, un caos político.
La injerencia de las potencias que nunca acudieron para ayudar al país a paliar el subdesarrollo desde la primera invasión estadounidense en 1915 —convertida en ocupación hasta 1934—, frustró los momentos en que la nación haitiana pudo enrumbarse a puertos más seguros y está en el sustrato de lo que acontece porque tempranamente, marcó su camino.
Grupos delincuenciales convertidos en verdaderas bandas armadas y cuyos enfrentamientos tienen a la ciudadanía en vilo hace meses, impiden el regreso al país del primer ministro Ariel Henry, procedente de Kenia, adonde acudió para ultimar los detalles de una misión acordada en el marco de la ONU, que integrarían mil policías kenianos para apoyar a las fuerzas del orden de Haití, y que no todos en ese país aplauden.
A pesar del estado de emergencia las pandillas, que controlan amplias zonas, han rodeado el aeropuerto de Puerto Príncipe, exigen la renuncia de Henry y obstaculizan su arribo.
El Consejo de Seguridad de la ONU tenía previsto analizar este miércoles la situación, agravada luego del asesinato en su residencia, en julio de 2021, del presidente Jovenal Moise, con participación de exmilitares colombianos, lo que fue ya un aviso de la inseguridad del país.
El proceso judicial no llega todavía al final, seguido de la dilación en la celebración de elecciones ya atrasadas, lo que ha extendido también la presencia de Henry en la primera magistratura.
Consciente de la significación de las intervenciones foráneas para Haití, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), alertó en un comunicado acerca de «la necesidad de coordinar esfuerzos para que, mediante mecanismos de cooperación efectiva, sin injerencias, la hermana Haití pueda conseguir el camino definitivo hacia la paz y resolver las necesidades humanitarias que padece su pueblo».
Los acontecimientos tienen sustrato en una historia de olvido de los padecimientos del pueblo que no halló respuesta adecuada de parte del grueso de la comunidad internacional, ni siquiera, cuando el terrible terremoto de enero de 2010, que demolió una infraestructura ya paupérrima y dejó más de 200 000 muertos.
El de Haití ha sido un devenir de dolores. Cuando parecía que amanecía luego de tres décadas de dictadura de los Duvalier respaldados por EE. UU., la salida en 1986 del segundo de ellos —Jean-Claude, conocido como Baby Doc e hijo de François, Papá Doc—, no llevó tiempos mejores.
Aunque su exilio en Francia fue un triunfo para las masas que forzaron su salida y desafiaron la crueldad de los tenebrosos paramilitares conocidos como Tonton Macoute, la llegada al poder de un militar, Henry Namphy, sostenido por el ejército que acogió a muchos de los macoutes luego de su desmovilización, fue sucedida por otros golpes de Estado.
Para entonces, hacía rato que el primer país independiente de Latinoamérica y el Caribe luego de la paradigmática Revolución Haitiana (1791-1804), era ya, también, el más pobre del hemisferio y de los primeros del mundo en esa lista.
Sin el respaldo internacional que habría ayudado a Haití a superar una crisis económica vitalicia provocada por la expoliación y el consiguiente subdesarrollo, creció esa otra arista de la violencia social expresada en la delincuencia y la inestabilidad, también política.
Esos lastres frustraron el camino emprendido con la elección en 1990 de un cura saleciano tan seguido por las masas que el movimiento que lo acompañó fue bautizado como «la avalancha» (Lavalás).
Jean-Bertrand Aristide dejó los hábitos para encabezar el país, pero fue víctima de los males que ya agobiaban a la nación y otro golpe de Estado a la sombra de la CIA, lo llevó al exilio. Su regreso acompañado de una fuerza interventora en el ya lejano 1994 fue un «ofrecimiento» de Bill Clinton que intervino al país y desacreditó medianamente la figura de Aristide, no obstante volvió a ser electo en 2001. Pero tres años después volvió a ser depuesto.
El triunfo electoral, después, de René Preval, resultó un lapso de crecimiento para la dignidad del pueblo haitiano.
Al término de su mandato, sin embargo, la mantenida presencia de la llamada Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah, 2004-2017), que había llegado desde el segundo golpe contra Aristide, no aseguró la gobernabilidad y dejó reportes de abusos, inoculación de una epidemia de cólera y un sabor a ocupación extranjera en buena parte de la población, con lo que se volvieron a poner en tela de juicio las ya cuestionadas«misiones de paz» de la ONU.