México, paso obligatorio de los migrantes que intentan entrar a Estados Unidos por la frontera sur, ha vuelto a poner el dedo en el meollo de un fenómeno que sigue sin ordenarse.
Lo ha hecho una vez más el presidente Andrés Manuel López Obrador en diálogo telefónico con su homólogo Joe Biden, luego de que el mandatario estadounidense diera como posibilidad el cierre de la línea fronteriza con México, acosado como lo está el jefe de la Casa Blanca por el aumento de los cruces ilegales pese a sus medidas paliativas, y la manera en que los republicanos han convertido el asunto en tema electoral. Lo presionan para que aplique una mano más dura, y él aspira a ser relecto.
En síntesis, el mensaje de Obrador pudiera resumirse en una frase no dicha, pero latente en sus propuestas a Biden: las cosas no se resolverán con más represión ni violencia.
Es lógico que México tenga conciencia cabal del intríngulis y que su Jefe de Estado haya reaccionado a la forzada advertencia del Presidente de Estados Unidos contra los migrantes —según los reportes—, telefoneando a la Casa Blanca.
Primero, porque de ese país han partido, históricamente, miles de sus hijos que sufrieron los avatares de la peligrosa travesía ilegal e hicieron mundial y tristemente famoso un apelativo que por sí solo evoca sufrimiento: «espaldas mojadas» les llamaban a los mexicanos que intentaban cruzar a nado el limítrofe río Bravo para llegar al Norte.
La nación mexicana sabe muy bien que a la búsqueda de nuevos horizontes empujan las necesidades económicas y, en la mayor parte de los casos hay una letal combinación de pobreza y violencia que amenaza la vida en regiones como Centroamérica, una de las primeras emisoras.
En segundo término, porque la ubicación geográfica de México le ha impuesto una relativa responsabilidad con los que transitan su territorio hacia Estados Unidos, que ese país ha asumido con respeto a los convenios suscritos pero, también, a los derechos humanos, a la integridad y la dignidad de los indocumentados.
El asunto sigue siendo desbordante. Según datos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) citados por la publicación Forbes, el istmo centroamericano y México constataron el año pasado el paso de hasta 6 000 migrantes diarios camino al Norte.
Aunque se reporta que las cifras de indocumentados mexicanos disminuyen en los últimos tiempos en comparación con los viajeros de otras nacionalidades —quizá por las políticas sociales aplicadas por AMLO y el buen paso económico de su país—, el tema se mantiene como punto de atención para su ejecutivo, que reiteradamente ha señalado la necesidad de solventar las causas como única y definitoria forma de detener el éxodo ilegal.
Así lo ha vuelto a hacer Obrador, según los trascendidos, en su diálogo telefónico con Biden, cuando ambos se comprometieron a seguir trabajando juntos el fenómeno, según comunicado oficial mexicano.
Pero Obrador hizo planteamientos a EE. UU. que vuelven a demostrar la profunda certeza con que lo contempla, tales como destinar 20 000 millones de dólares anuales para apoyar a países vulnerables de Latinoamérica en los que la gente se ve condenada a migrar; mantener el programa de recepción de migrantes por vía legal y no considerar la construcción
de muros en la frontera ni cerrarla, ya que «no soluciona las causas de la migración ni resuelve el problema. Es pura propaganda política-electoral», advirtió.
La regularización de todos sus compatriotas que llevan cinco años trabajando en Estados Unidos «sin papeles» fue otro de sus planteamientos, así como el combate al narcotráfico y las ilegales venta y exportación de armas desde EE. UU. a México, también la elaboración de planes conjuntos para la industrialización y el comercio de los países vecinos, y relaciones de cooperación y amistad, manteniendo el respeto a las soberanías.
Otros dos puntos defendidos ante Biden demuestran la sinceridad y la justeza de AMLO, sin falso recato ni medias tintas: suspensión de sanciones a Venezuela y levantamiento del bloqueo a Cuba.
Debiera ser escuchado.