Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Y que siga siendo joven

Autor:

Adianez Fernández Izquierdo

Fue por más de 400 años un sueño de jóvenes en su mayoría. Sí, porque los de más edad suelen aplatanarse, resignados o adaptados, dejando los cambios en manos de quienes tienen ya mucho por vivir, en manos de esos que no piensan tanto y se lanzan en cualquier empresa por imposible que parezca.

La Revolución puede pensarse que tiene 65 años, porque se toma como fecha la del triunfo de enero de 1959, pero si hablamos de cuándo comenzó el sueño hemos de remontarnos a aquel Hatuey rebelde quemado vivo en la hoguera por no plegarse a los designios de un amo extranjero que venía a someter a las tribus nativas y hasta les imponía un dios ajeno bañado en sangre e injusticias.

Si hablamos de Revolución debemos también pensar en el abogado Ignacio Agramonte, que con 27 años de edad no dudó en unirse a la causa libertadora que inició un no tan joven Céspedes, pero a la que no tardaron en incorporarse los jóvenes hermanos Maceo, el dominicano Máximo Gómez, con poco más de 30 años, y una lista interminable de hombres y mujeres valerosos que, lejos de vivir intensamente los placeres de la juventud, encontraron en la manigua una forma de ser útiles aun a riesgo de la vida, sacrificados por un futuro mejor para ellos, pero también para sus coterráneos.

La lista seguiría con un Martí gigante cuyos méritos no cabrían en hoja alguna. Basta con decir que tenía a veces los bolsillos llenos de dinero, pero pasaba hambre o frío, porque ese dinero llevaba el sello de una libertad sagrada que ansiaba para los cubanos y para Latinoamérica toda.

Mella, Villena, Pablo de la Torriente Brau y otros, marcaron su época y abonaron el surco revolucionario que luego Fidel y toda la generación del Centenario se encargarían de sembrar con fértil cosecha, un triunfo que fue apenas el comienzo de la dura tarea de construir la Revolución, una obra que acumula ya 65 años y que ha sido la mayor prueba para los jóvenes en todos los tiempos.

Desde el mismo inicio fueron ellos los encargados de subir lomas, cruzar ríos, sortear amenazas y hasta imponerse en el seno familiar para alfabetizar a los pobres que por siglos habían sido privados del acceso a la educación. Fueron jóvenes en su mayoría los que limpiaron el Escambray de las bandas contrarrevolucionarias y asesinas, los vencedores en Girón, los que se alistaron siempre en cuanto empeño tuvo y tiene aún la Revolución.

Las listas de médicos internacionalistas, trabajadores sociales, instructores de arte, de donadores de sangre, tienen el sello del bajo promedio de edad, una muestra de que la solidaridad y la buena voluntad de sanar almas y corazones junta siempre a los de cabello abundante y lozanía en el rostro.

En la 10ma. Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, casi el 20 por ciento de los 470 diputados tienen entre 18 y 35 años, y Cuba ha sido reconocida por la Unión Interparlamentaria como el séptimo país del mundo con más personas menores de 30 años en el Parlamento, una cifra que dice mucho de la confianza que deposita en ellos la sociedad.

Tras cada vacuna, un invento novedoso, una calle limpia, o el niño que lee orgulloso sus primeras palabras, habrá siempre que buscar la mano joven que hizo el milagro, y reconocerle su valor, para borrar el falso y milenario concepto de que la juventud está perdida.

Si los jóvenes fallan, todo fallará, aseguró sabiamente el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, el 23 de junio de 2007. En ellos depositaba entonces la confianza de seguir apostando por la Revolución, que no es más que apostar por una sociedad donde prime la justicia social y el bien colectivo se imponga. Desde el trabajo, la casa o el estudio, ellos marcan la diferencia y dan vitalidad y energía a un país que renuncia a envejecer porque tiene el sello de sus jóvenes.

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