Cuando tiempo después se mire hacia atrás, cuando se revisen los datos de este año que se fue y se despierten los recuerdos, habrá que pensar en cuál de los jinetes del Apocalipsis no pasó por Cuba a todo galope.
Es cierto que cuando se detalla hacia otros lugares de esta, nuestra única y contaminada nave espacial, como dice el comentarista Walter Martínez, hay lugares donde las cosas van de mal a peor.
O como se dice por ahí: no salgas a casa de nadie porque siempre hay alguien peor que tú. Y es verdad: basta mirar la bestialidad de Gaza, los gritos de las madres ante los cuerpos de los niños masacrados, los barrios demolidos y la idea enseguida aparece: el fondo del hueco siempre es más profundo de lo que a uno le parece.
Sin embargo no se puede negar algo: este ha sigo un año duro. Demasiado duro. No solo por la economía cuesta abajo y con los precios hacia arriba, demoliendo bolsillos.
Ha sido difícil por la acumulación que viene atrás. Medidas de Mr. Trump; pandemia con medidas de Trump en versión Biden; tensión económica por Tarea Ordenamiento e inflación mundial, apagones, éxodo migratorio, colas, combustible y alimentos apretados, y así una lista que se convierte en una media maratón con carreras de velocidad y resistencia con todos los obstáculos habidos y por haber.
¿Qué país hubiera aguantado ese nivel de presión? Pregunta reiterativa a lo largo de estos años, pero que vale la pena reflexionar junto con su otra prima hermana: ¿cuándo bajarán las presiones del día a día?
Con las últimas sesiones de la Asamblea Nacional, diciembre trajo consigo el anuncio: el Gobierno cuenta con un plan de estabilización y reimpulso a la economía.
Buena noticia, aunque algunos la miren con escepticismo luego de cambios que se debieron hacer sin improvisaciones pero con cierta agilidad, y no se acometieron o no se han implementado como se debía.
Basta mirar (no mucho, solo un poquito) a la agricultura y la producción de alimentos, en general, para preguntarse por qué distorsiones y desatenciones de tantos años todavía se mantienen como una especie de piedra bien punteaguda en el zapato.
Así pues, la ruta de trabajo de este 2024 anda por ese plan de reactivación. Hay, no obstante, otro itinerario o un potencial tan importante y decisivo como ese.
Nos referimos al recurso moral. Se pueden hacer muchas conjeturas, se pueden dar todas las opiniones posibles; pero si el país llegó a este nuevo año fue por esos miles de hombres y mujeres de todas las edades que apostaron por quedarse, sobre todo espiritualmente, y echar rodilla en tierra, conscientes de sufrir carencias y maltratos de burocracia.
A esa actitud, unos la llamarán masoquismo. Otros, en cambio, la nombran vergüenza y patriotismo, y fue el recurso principal que Fidel supo activar en medio de la terrible crisis de los 90 cuando el osito Misha nos dijo adiós y con la patica levantada aclaró: Ahí te quedas, mi Chino: con tu rumba y tu cajón.
Solo que esa reactivación moral, a contrapelo de lo que otros puedan pensar, no se logra con hashtags por redes sociales; ni reuniones inoloras; ni con eslóganes de consignas de reciclaje en tono de novela rosa —como aquella de que vamos a ser felices aquí—; ni tampoco con exigencias de comprensión del momento histórico que estamos viviendo.
Para lograr ese entusiasmo se necesita andar a ras de suelo con la gente en la calle y el campo. Romper la frialdad de las formalidades y abrazarse con el calor de lo informal, sin desechar la debida y tan necesaria organización.
También (no olvidar ni tampoco tener pena) hablar públicamente de los problemas, como una de las vías para estremecer voluntades y agilizar soluciones.
Porque de los entuertos económicos, aunque parezca que no, se puede salir. Pero remontar los descalabros espirituales, dígase ideológicos, toma más tiempo, son más inciertos y terminan siendo más costosos y agonizantes.
Esto no es algo nuevo en la historia de Cuba. Antonio Maceo lo sabía y por eso tomó la ruta del decoro. Es decir, el camino de la protesta de Baraguá.