Por estos días hay sentimientos encontrados en cualquier espacio público del archipiélago, y pululan aquellos criterios que, aventurándose al minado y sensible campo de los economistas, resaltan para bien y otros no tanto, las nuevas medidas anunciadas por el Primer Ministro Manuel Marrero Cruz, durante el 2do. Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su 10ma. Legislatura.
Lo cierto es que hasta en un apretado pasillo de la guagua, o en la cola más variopinta de estas jornadas finales del año se habla, sobre todo, del tema del momento: el aumento de precios de algunos bienes y servicios básicos en el ya inminente 2024. Y aunque en realidad no son las únicas medidas dispuestas, sí es la que guarda mayor relación con nuestro estrecho bolsillo.
De ahí que los debates en cualquier espacio familiar o del barrio hagan pensar a cada cual que tiene en su poder las soluciones mágicas a los problemas que asechan. Unos dicen con cierta lógica: «Yo hubiese hecho esto o aquello», mientras otros presienten en el chasquido de dedos las salidas a la encrucijada actual, como si fuera tan simplista cada paso.
Pero tomar decisiones con la soga de un enemigo poderoso al cuello será siempre arriesgado, difícil e imprescindible. La razón y la urgencia de los tiempos que vivimos hoy, dejan claro la necesidad de transformar el tejido errático para sacar adelante definitivamente una economía en situación de guerra, asediada y limitada también por deficiencias internas, como reconociera con franqueza ante el Parlamento el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
Si hacemos un breve repaso de las proyecciones de crecimiento macroeconómicas en los últimos tres años, estas rondaban el cuatro por ciento; sin embargo, en la práctica estuvimos por debajo del estimado, lo impactó de forma desfavorable en la vida diaria. Entre 2021 y 2022 se alcanzó un crecimiento imperceptible del 1,3 y el dos por ciento, respectivamente, tendencia negativa si tenemos en cuenta que con la llegada de la pandemia el PIB cayó bruscamente en niveles de actividad hasta un 10,9 por ciento.
En medio del vendaval decreciente, la falta de divisas, la improductividad que coquetea con aquellas mentalidades importadoras de productos y bienes acabados (en todos los sectores), un mercado cambiario fuera de control y manipulado desde su informalidad, así como las propias deficiencias, hacen ahora que nuestra economía busque de forma urgente corregir distorsiones y sacudirse esa quietud en los números, que nunca lo expresan todo cuando de duros golpes se trata, en el camino de lograr un impacto real y visible en la gente.
Ninguna medida resuelve por sí sola todos los desafíos, expresó Díaz-Canel en su último discurso, incluso todas en su conjunto pueden, en primer momento, acrecentar ciertas problemáticas. Quizá lo más importante: el encarecimiento del poder adquisitivo del cubano, y ello resulta innegable, real. Pero también es cierto que desde el corazón del pueblo se pedía hace mucho tiempo pasar del diagnóstico a una ofensiva concreta y práctica en materia económica.
El paso inicial y el despegue progresivo tras cuatro años de inercia cuantitativa puede estar en las nuevas medidas anunciadas que persiguen, en primer lugar, transformaciones macroeconómicas para ir alcanzando, poco a poco, cierto nivel de estabilidad en el funcionamiento del país y luego un sostenido crecimiento.
A veces es preferible en medio de tantísimos avatares rectificar, corregir y echar a andar, como sucede con cualquier proceso histórico comprometido que después del momento adverso retoma su esencia. Aun así, lo importante resulta no perder nunca en ese trayecto la brújula del compromiso con aquellos que en medio de las palpables diferencias, viven hoy a merced de carencias y vulnerabilidades.
Las ideas que nos sostienen, como se ha dicho, no permiten la indolencia ni la apatía, sobre todo, con quienes «puedan resultar más afectados, o sea, las personas y las familias en situación de vulnerabilidad, los niños, los adolescentes y los jóvenes, las mujeres y las personas de la tercera edad, junto a los pensionados y jubilados».
Afianzar en estos tiempos la labor conductora de la economía por parte del Estado es una tarea imprescindible y de máxima prioridad, también porque la vocación social socialista, de beneficio y justicia se construye únicamente desde y a partir del Estado. De lo que estamos hablando hoy, entonces, es de salvar la Revolución, pero también de comenzar a labrar un mejor futuro para todos que, bajo las amenazas de siempre, solo puede ser construido con las manos y el esfuerzo de nosotros mismos.