Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Una sociedad sin valores?

Autor:

Edel Alejandro Sarduy Ponce

Son las cuatro de la tarde, horario pico de aglomeraciones en las paradas. La espera del transporte y la desesperación por disfrutar de un café bien fuerte en la tranquilidad del hogar son sensaciones nada encantadoras en compañía del calor extenuante que impregna las calles.

El ambiente se torna más incómodo cuando empeoran las condiciones climáticas, y casi insoportable con el sonido de multitud de voces, personas que a todo volumen vociferan sus problemas, experiencias o chismes.

Al «debate grupal», sin vínculos ni moderación, se suma el humo del cigarro del señor a mi derecha, quien expulsa sus bocanadas directo a mi rostro y luego arroja el cabillo justo enfrente de mí. Sin apagarlo, claro está.

Llega el momento cumbre: a lo lejos se observa el deseado ómnibus, anunciando su presencia con más ruidos. En cuestión de segundos dan comienzo los «juegos del hambre» o «del calamar» (como en la famosa serie), solo que no a través de una pantalla y con un único objetivo: abordar el transporte entre forcejeos y empujones.

En medio del tumulto, una voz reclama: «¡Me robaron la billetera! ¡En qué momento!». A la par, una muchacha con dos niños pequeños discute el privilegio de abordaje con una señora mayor, discapacitada física al parecer, a quien segundos después veo casi abrazar el suelo por el furor de la horda desesperada por montar.

Tampoco dentro del gigante amarillo puede esperarse calma. A unos metros de mi posición, un grupo de muchachos de preuniversitario dialoga a gritos en su peculiar jerga, plagada de términos cubanos, boricuas, americanos, gallegos… y salpicada de obscenidades. De complemento, sostienen una bocina enorme para «alegrar» el ambiente con canciones a todo volumen que explican con lujos de detalles cada aspecto del Kamasutra.

De repente, una muchacha embarazada sube al ómnibus. Como nadie se inmutó ni le cedieron el asiento que por derecho le corresponde, yo le ofrecí el mío. Justo en ese momento, otro discapacitado grita: «¡Y yo! Llevo tiempo aquí y a mí nadie me ayuda», frase acompañada de tres o cuatro improperios, entre los que no falta el popular argumento de que la juventud está perdida. Ante el exabrupto me mantengo callado: ni siquiera lo había visto. No hay forma de quedar bien, pensé avergonzado.

A lo lejos, en el fondo del pasillo, tres adolescentes usan el revestimiento interior del transporte como batería sonora, y otros marcan su nombre en los alrededores mientras se burlan de un señor, al parecer ebrio, quien vocifera chistes y piropos fuera de lugar a cuanta mujer se encuentra en el ómnibus.

De repente se escucha un estruendo en medio del vehículo: una pelea, bastante fea e intensa, último suceso que recuerdo antes de bajarme en la siguiente parada, aún lejos de mi destino, la verdad, pero era demasiado el tormento.

Aliviado de semejante barullo, logro tomar un taxi. Por suerte por un tiempo breve, porque el viaje continúa igual de desagradable gracias al volumen de la música, las personas fumando dentro del vehículo y las «maravillas» comentadas por el chofer acerca de sus mujeres con el pasajero «copiloto».

Ya fuera del desparpajo del taxi, observo a lo lejos una discusión de pareja que termina como en un ring de boxeo. Ganas de intervenir no me faltan, pero elijo continuar mi trayecto porque aún mucha gente cree en eso de que «entre entre marido y mujer, nadie se debe meter». Igual quedo indignado: ¿Era necesaria la violencia? ¿Tenían que hacerlo en medio de la calle?

Luego de disfrutar mi café, recostado en la sala, analizo mi experiencia del día. Es increíble la pérdida, en algunos, de principios, de códigos morales básicos, como el respeto hacia el prójimo, la empatía, la caballerosidad, el cuidado del medio ambiente y de los espacios urbanos, el respeto hacia las mujeres…

Resulta incomprensible que en pleno 2023 se evidencien actitudes tan retrógradas y poco civilizadas, que nos remontan al período paleolítico. ¿De qué sirve tanto desarrollo en otras esferas, o el auge acelerado de las tecnologías, si optamos por comportamientos tan salvajes en la cotidianidad? ¿Acaso evoluciona el contexto, pero algunos no? Construyamos una sociedad con recursos y con valores.

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