En plena guagua le escuché decir hace poco a un joven que el 11 de julio había salido «pa´la calle» por embullo. Como él, hubo personas que llegaron a los lugares sin saber qué pasaba. Detrás de la cortina de humo que era subvertir el orden, existían intereses marcados de dividir y dar el tiro de gracia al proyecto socialista de país que desandamos, pero aquel día fue en vano.
Y claro, como todo iluso, siempre pensaron quienes azuzan milimétricamente el desorden desde cómodos sofás, a cientos de kilómetros de aquí, que un Estado en plenas funciones, acompañado de respaldo popular, podía caer como merengue de un día para otro.
Todos sabemos que el 11 de julio de 2021 hubo también gente inconforme en las calles, que mostraron su desacuerdo de forma legítima. Sin embargo, la principal verdad radica en las imágenes que muestran a personas apedreando instituciones hospitalarias, tiendas, patrullas de Policía y personas, algo que terminó siendo la muestra inaceptable de lo que se quiso disponer para la isla, en medio de una fuerte pandemia y de un bloqueo recrudecido.
Si algo dejó de enseñanzas aquellos días es, por un lado, que la violencia como método de subversión nunca será aceptada entre cubanos de bien, y, por el otro, el permanente vínculo con el pueblo y la necesidad de acompañarlo aun cuando la solución a los problemas no sea tan fácil. Se trata de ir, hablarles a las personas en los barrios, escucharlos y, sobre todo, intentar cambiar en lo posible las realidades difíciles que vivimos, como se ha hecho durante estos meses intensos de un Gobierno en la calle, con su pueblo.
Ello demanda, además, un proceso de transformación sociocultural complejo, que no se alcanza con fórmulas mágicas ni simples enunciados. Son momentos en los que se encuentra el debate en los pasillos de cada universidad, en la parada de una guagua o mientras se anda por ahí, en la «lucha» diaria. Las crisis, por lo general, conducen a leernos con mayor frecuencia por dentro, a sabernos escuchar aún sin compartir las mismas ideas y criterios.
En Cuba existen inconformidades, pero nada justifica la salida violenta, menos cuando de manera solapada están ocultos intereses marcadamente oportunistas, neocolonialistas, arrogantes. Nosotros entendemos de amor y no de odio. La suerte mayor que guarda este país es su soberanía e independencia, con un alto costo en sangre que conllevó construirlas.
Por eso, el 11 de julio de 2021 es un triunfo de la razón sobre el odio inducido, del pueblo sobre la despreciable mentira. Da igual cómo piense cada cubano, lo importante hoy es que todos tenemos la oportunidad de transformar y mejorar lo que somos, sin perder nunca la brújula que indica hacia dónde debemos ir. Seamos entonces, como nos legaran, unos eternos y verdaderos inconformes, pero siempre en función de seguir perfeccionando cada espacio revolucionario donde radica, esencialmente, nuestra unidad.