Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Duplicando los absurdos?

Autor:

Osviel Castro Medel

El protagonista de esta historia, un bayamés maduro, fue avisado con cierta urgencia: debía de estar en la capital cubana para un trámite laboral, cuyo desenlace podía derivar en un estímulo a su trabajo.

Ante la premura, averiguó enseguida el valor de un pasaje Bayamo-Habana en las llamadas guaguas arrendadas, esas que están en el boom y que provocan susto a los bolsillos; «2 500 pesitos», le dijeron.

Sabiendo que no podía pagar una cifra tan montañosa —mitad de su salario nominal—, decidió anotarse en la famosa lista de espera. Así, a la tercera noche, tuvo la fortuna de que lo llamaran por los altoparlantes de la terminal bayamesa «con destino Habana».

Pero fue una fortuna a medias. Sí, porque, después de abonar los 220 pesos reglamentados y de subir a la guagua, el conductor le pidió su pasaje. Entonces el viajero, que hacía mucho tiempo no abordaba un ómnibus Yutong, demandó «su mitad», como justificante de su traslado. «Yo voy a un asunto de trabajo, necesito un comprobante», explicó.  

El hombre de la guagua le respondió secamente. «Ya eso no se da, amigo, yo me quedo con esto, tengo que entregarlo». Pero el viajante insistió; a la sazón, el conductor le replicó: «Vaya a la terminal y que le den un duplicado, pídalo a la muchacha de la caja».

Y allá fue el hombre, en apuros, a solicitar el célebre duplicado. «¿Ah, y por qué no me lo pidió cuando le di el pasaje? Tenía que ser en el momento, ahora ya no se puede, el sistema no lo permite», le dijo la mujer.

«¿Cómo que no se puede?», preguntó asombrado el ciudadano. «No, ya le dije. ¿Desde cuándo usted no viaja? Si no lo pide en el instante, no se lo puedo dar, así es como funciona», contestó ella.

Incrédulo, el hombre trató de hablar con la jefa de turno, pero esta respondió lo mismo, le preguntó desde cuándo no viajaba y dictó sentencia: «No se puede, si no pide el duplicado en el momento ya no hay remedio».

Varios pasajeros, viendo el documental, digo, la escena, comenzaron a apoyar al individuo del «sin-comprobante». «Tiene que haber una fórmula», decía uno. «La computadora sí lo puede sacar», soltaba otro. «Qué barbaridad», espetaba un tercero.

Lo cierto es que nuestro protagonista finalmente no tuvo su «duplicado» y viajó disgustado cientos de kilómetros, pensando en el absurdo que acababa de vivir.

Se preguntaba, en el camino, si tal desaguisado era culpa de un «factor externo», como se suele decir a veces para justificar lo injustificable, o si fue una idea presentada en un fórum sobre murallas y piedras en el camino del ciudadano. Y, también, cuántos otros habrán vivido episodios similares, en los que se pisotean, se acuchillan, se zarandean los derechos del cliente y hasta al cliente mismo.

¿Qué sistema de computación es ese, tan obsoleto, que no puede rescatar un simple duplicado unos segundos después de expedir un pasaje? ¿A qué instancia acudir cuando suceden acontecimientos de este tipo? ¿Se habrán puesto los inventores de ese procedimiento en el lugar de los viajeros?, se cuestionó nuestro atribulado pasajero.

Y recordó la ocasión en que, hace años, extravió un pasaje, que tuvo que pagar otra vez de manera íntegra porque era lo «establecido», una arbitrariedad muy parecida a la del «duplicado al instante».

Se cuestionó si, una vez conocida su historia, alguien «de arriba» meditará sobre estos problemas y buscará una solución para que no les siga sucediendo a otros.

Pensó en que nunca faltan, en medio de tantas dificultades cotidianas, la «innovación», la regla, el mecanismo o la «jugada», que lejos de dar satisfacción y disminuir obstáculos provocan amargura a nuestros conciudadanos.  Razonó en que ese y otros absurdos deberían multiplicarse por cero, algo que depende de nosotros mismos.

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