Los dedos magullados, las manos temblorosas y gotas de sudor frío deslizándose por su rostro... Así permanecía Miguel mientras colgaba en una barra horizontal durante más de cinco minutos, como si de una competencia de gimnasia o un número acrobático se tratara.
Pero aquel joven (24 años en ese momento), no era deportista de alto rendimiento y mucho menos trapecista. Lo suyo era cumplir un desafío visto en internet y que un amigo lo filmara: jugársela a más de seis metros de altura entre él y una caída no muy agradable.
El destacado físico Albert Einstein dijo en una ocasión: «Solo existen dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy muy seguro». De ese criterio da fe en los últimos años la proliferación de un fenómeno conocido como challenges o retos virales, en particular cuando una persona publica en sus redes sociales una acción temeraria e incita a los usuarios a seguirle, en ocasiones incluso con un enfoque competitivo, ¡y de verdad hay quienes la siguen!
Resulta imposible obviar el enfoque positivo de algunos desafíos lanzados para apoyar el mensaje de campañas contra la homofobia, la violencia hacia las mujeres, el maltrato animal o el abuso del medio ambiente, por mencionar solo algunas buenas causas; o si reflejan comportamientos hermosos, actos humanitarios y acciones
inofensivas, como el posteo de fotos o retos culturales y humorísticos.
Pero no es ese el tipo de challenges al que nos referimos, sino a un nuevo «virus» del entorno online con alta incidencia en redes como Tik Tok, YouTube o Facebook. Ese que sugiere actos peligrosos, y es ahí justamente donde radica el problema de esa tendencia virtual.
Un estudio realizado por la Universidad Internacional de La Rioja, en Bogotá, expone que los challenges peligrosos representan un 20,6 por ciento de los retos que se proponen en las redes, y el resto son de carácter social menos preocupante. No obstante, resalta el estudio, los jóvenes aceptan ambas modalidades casi totalmente a la par.
Las consecuencias de estos actos riesgosos o violentos pueden ser graves. Como le sucedió a Miguel, quien al minuto siete de su hazaña no pudo desplazarse a una posición segura, y a pesar de sobrevivir al brutal descenso, estuvo meses ingresado por daños irreversibles en la columna y fracturas en las costillas y el esternón.
«Ahora mi movilidad está comprometida y no puedo hacer mucha fuerza, ni correr. Sin mencionar el trauma que me dejó la caída: me resulta imposible estar a más de cuatro o cinco metros de altura. Todo por aquella estupidez», contó dos años después del suceso.
Pero, ¿por qué ocurren estos trágicos acontecimientos a pesar del conocimiento sobre los riesgos que implican? La sociedad actual mantiene un vínculo tan fuerte con el panorama virtual que muchas veces las reglas de ese universo alterno suplantan a las de la realidad. La búsqueda de likes, reacciones, vistas y mayor popularidad en internet resulta para algunos mucho más significativa que la convivencia social y la comunicación directa.
En el caso de la adolescencia, esa es una etapa de patrones comportamentales y sicológicos que reflejan su transformación física y moral, y aún no poseen un concepto bien definido de lo que es peligroso o no. La constante necesidad de dopamina típica de esa edad (entre los 14 y los 18 años), los incita a realizar acciones arriesgadas, fuente de mayor excitación y recompensa inmediata.
Por otra parte, cabe destacar que estos challenges son originados mayoritariamente por personas famosas o usuarios de gran notoriedad en las distintas redes sociales, lo cual le otorga mayor significación a los retos. Pero quienes les siguen tienden a ignorar que las personas protagonistas de esas hazañas pueden ser profesionales con mucha preparación y entrenamiento detrás, no usuarios comunes sin las habilidades necesarias. Sin contar la existencia de engañosos editores de videos. O sea, que no todo lo publicado es verídico.
La diversión detrás de participar en ciertos retos virtuales puede ser innegable, pero debemos estar conscientes de hasta dónde es prudente efectuarlos y de sus posibles consecuencias para nosotros y para el resto de las personas. Ser jóvenes no nos da derecho a ser ignorantes, y bien podemos percatarnos de que todo tiene sus límites.