Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ascenso a la Alma Mater

Autor:

Juan Morales Agüero

MI hija Sofía recién comienza a estudiar la carrera de Lengua Francesa en la casi tricentenaria Universidad de La Habana. La pidió en primera opción cuando terminó el duodécimo grado en el IPVCE Luis Urquiza Jorge, de Las Tunas. Su otorgamiento significó que renunciara a su zona de confort para levantar campamento en lo desconocido. Aceptó de buena gana el reto y ya anda por la urbe, feliz al apreciar cómo florece su sueño.

Según me cuenta en sus relatorías, entre sus prioridades figura adaptarse al peliagudo contexto que prevalece en «la capital de todos los cubanos». Algunos de sus desafíos —como las guaguas, los precios, las colas y las carencias— le son viejos conocidos, pues son endémicos del territorio nacional. Pero otros tienen el incentivo de lo añorado. Integrarse a la Alma Mater deviene franquicia de lujo. Y conocer la lengua de Moliere, una oportunidad para incorporar inéditos saberes.

Nunca la había visto tan entusiasmada como ahora. «No te me vayas a hacer la habanera y empieces a decir cabbón en lugar de carbón», le dije en broma. Y los dos reímos, divertidos.  Para mi tranquilidad, supe que comenzó a llevarse a la boca ciertos platos que jamás figuraron en su menú. Fue una buena noticia. En tiempos de gastronomía deprimida, el paladar no puede permitirse ser exigente ni selectivo. Está conminado a aceptar lo que le ofrezcan, obviando caprichos y melindres.

Sofía llevó intacta para La Habana su adicción por la lectura. Por aquello de «genio y figura…», una de sus primeras escalas fue en la Biblioteca Nacional, en cuyas áreas tramitó y obtuvo su carné de lectora. Allí concurrirá con frecuencia en menesteres de consultas o para solicitar en préstamo algún título de sus autores preferidos. Ella suele andar siempre con un libro comenzado y otro por comenzar.

Está convencida de que en lo adelante sus rutinas sufrirán cambios. La beca y la casa no tienen parecidos. Pero los rigores y la costumbre le irán madurando su día a día. Sofía descubrirá encantos y novedades. Y adquirirá obligaciones.  Ahora será ella quien deberá poner a secar su toalla mojada, acomodar sus chancletas, tender su cama, llenar los pomos,  limitarse con el celular, organizar sus pertenencias…

 También hará nuevas amistades, algo para lo que parece tener inusitada aptitud. En el apartamento que comparte con sus compañeras de carrera aprenderá a cumplir tareas propias de la vida en colectivo y a dejar las sábanas a tiempo para no llegar con retraso al aula. Tomará parte en actividades diversas, asistirá a eventos estudiantiles y se convencerá de que la enseñanza superior entraña privaciones y sacrificios.

 Tal y como le ocurre a mi Sofía, miles de estudiantes cubanos concurren por primera vez a las aulas universitarias para enrolarse en una aventura académica de matices inolvidables. Se trata de una nueva etapa en el proceso de aprendizaje que jamás termina, porque el conocimiento es infinito. La solidez de su formación dependerá del interés que manifiesten en cada convocatoria del aula y en la voluntad para autosuperarse. 

 Sofía saldrá adelante porque así se lo ha propuesto. Sabe lo que quiere, y eso es  lo importante. En pocos años será una competente profesional. En tanto siento cómo me embarga la nostalgia por su circunstancial lejanía, pienso que es ley de la vida que los hijos remonten vuelo cuando les crecen las alas. Son como arbolitos que, una vez sembrados, robustecen su tronco, despliegan su follaje y profundizan sus raíces. 

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