Andamos desde hace un burujón de años desperdiciando la materia prima más trascendental a nuestra disposición, una fuente inagotable que ha costado millones y millones de pesos, incluidas divisas.
Si ponemos en la balanza hasta qué punto la materia prima más trascendental a nuestra disposición, es decir ¡la inteligencia! se emplea bien o mal, obviamente que gana por un buen trecho el bien.
Mas esa verdad verdadera, espero que usted agudo lector tampoco se dispare con un ¡no hombre, qué va!, nunca debe tapar las frecuentísimas fallas. ¿Cuáles? La primera ignorar la inteligencia y la segunda desdeñar o transgredir las reglas establecidas sobre la base del conocimiento, incluidas normas técnicas para cosechas agrícolas, industriales, económicas, higiénico-
sanitarias, de convivencia; engavetar leyes y disposiciones que nadie hace cumplir, en fin, todo lo que impida el funcionamiento lo mejor posible de ese engranaje tan disímil y variado en aptitudes que caracterizan la sociedad, sea cual sea.
Obvio. Muchas de estas incongruencias causan pérdidas económicas, pero las que perjudican directamente a la gente registran el impacto más negativo. ¿Cuánto desconcierto y hasta tensión originan? Y, ¿usted no lo sabe? Sí, apreciadísimo, por rastras y con remolques.
Unas y otras saltan aquí, allá y acullá a pesar del gardeo que se realiza por las máximas autoridades del país, más allá de los informes administrativos, en recorridos a los escenarios productivos o de prestación de servicios, incluidos intercambios con sus trabajadores y responsables en diferentes niveles de dirección.
Se expone a veces cada desatino que nadie se atreve a esgrimir ninguna justificación, que viene a ser hasta adecuado a fin de sortear el patinazo y no caer de cuajo en otro disparate.
Las hay también que tratan de justificarlas en vez de admitir la equivocación con un simple «les asiste la razón, vamos a darle solución». ¡Qué difícil les resulta a algunos reconocer la metedura de pata, y se defienden, como gato boca arriba, pensando más en que pueden perder el cargo que en las consecuencias de su ineptitud.
Por ser las pifias, a veces, tan reiterativas, a pesar de las constantes alertas sobre esto o lo otro, se llega a razonar en la tribuna de la calle sobre si en realidad se les van o las dejan ir, que son palabras de peso.
Para acabar o reducir al mínimo este largo historial de tropiezos, tampoco aspiremos a la sociedad perfecta, hay que cambiar del paso de jicotea al galope con la ley en la mano y el mazo dando. ¡No hay otro modo ni aquí ni en el más allá! ¿Y usted qué piensa?