¿Será verdad o mentira la aseveración a rajatabla de los «oportudorados» de que la inflación resulta la culpable de todos los males en nuestro mercado doméstico? ¿Qué piensa usted que ahora mismo siente su impacto demoledor en el bolsillo? ¡Compadre, acabas de descubrir el agua tibia!
No, para nada. Lo que ocurre es que ellos entonan ese afinadito pregón desde sus mostradores para confundir y tratar de justificarse, mientras en realidad acrecientan aquella artificialmente para exprimirla sin compasión.
Los «oportudorados», buenos calculadores, esencia de esa filosofía de primero yo, y lo demás son simples paisajes, aplican el refrán de a río revuelto, ganancia de pescadores.
Escogieron un buen culpable, la inflación, para cobijarse, pero esa envoltura tiene su verdadera raíz en aprovechar esa circunstancia, más en nuestro caso la escasez, y su avaricia para fijar los precios a su antojo por encima de cualquier análisis económico.
Claro, lo sabe hasta el Bobo de Hatillo, el encarecimiento de los bienes y servicios es hijo genuino de la inflación y, consecuentemente, disminuye el poder adquisitivo de la moneda.
Lógicamente, para atenuar esa situación se aplican medidas de acuerdo con las posibilidades económicas que, en nuestro caso, se reflejan más nítidamente en la venta estatal menos cara en determinados mercados en comparación con los particulares y ofreciendo más ofertas extras y controladas mediante la libreta de abastecimiento.
Pero hay quienes se han convertido, al parecer, en un eslabón fuera de las regulaciones y apabullan al consumidor que, sin otra alternativa, muchísimas veces deben acudir a sus ofertas.
Digámoslo sin rodeos: esta práctica de los «oportudorados» ha llegado al extremo de tras el paso de un huracán subir los precios de las mercancías que poseían anteriormente al fenómeno y ante el tope de precios se han retirado de los mercados desfachatadamente, enarbolando la frase: ahora lo voy a vender por la izquierda, conscientes de que no les pasaría nada y en realidad ha sido, fue y es así. ¿Y cómo queda el orden, el respeto a la ilegalidad? Usted, yo, todos los sabemos.
Con estos antecedentes, tampoco debemos sorprendernos que ahora culpen a la inflación absolutamente de todo, olvidando por conveniencia que aun con esa devaluación del poder adquisitivo de los pesos, los precios tienen que ser fijados sobre la base de sacar fichas de costo.
Sí, ese trámite resulta vital y debe exigírsele a fin de evitar que hagan lo que les dé la gana, es decir, esquilmar más, más y más…
Aquí les va una muestra, en realidad una reiteración de lo que sabemos de memoria, de esa práctica generalizada: una libra de frutabomba pasó en días de 15 pesos hasta 30. O una mísera caja de cigarro que vende el sector estatal a diez, hasta más de cien. O un paquetico de maní a 20. O un macito de lechuga sobre los 40. O una pizza a cien. O un simple ramo de flores a cien… ¡En paz descanse!
¿El consenso? ¿En la tribuna de la calle, escenario de las voces de arriba y de abajo, es que hay que acabar de ponerle el cascabel al gato? No digo más.