El amor triunfó y fue gracias a nosotros, a quienes dimos el sí por la felicidad de un país diverso, en el que también tienen espacio los que dijeron que no. Para ellos también habrá Código, y para los que no fueron a las urnas. Cuba toda se crece en el júbilo de las garantías legales, de la no discriminación y la pluralidad de credos. Desde hoy seremos mejores personas porque así lo dice la ley, y porque nos merecemos una sociedad que deje de arrastrar estereotipos y violencias de antaño. Pero la victoria del 25 de septiembre es solo el primer paso de un largo camino en el que no podemos bajar los brazos. Ahora, más que nunca, toca crecer.
En medio de carencias materiales, tanta grandeza de espíritu nos demuestra que somos un pueblo digno de admiración, que protege a sus hijos y vela por el futuro. Que no existan unanimidades refleja precisamente cuán distintos somos, y cómo en lo adelante tendremos de seguir danzando entre opiniones encontradas, siempre desde el respeto y con la verdad como bandera. No seamos ingenuos al pensar que con la aprobación del Código quedan desterrados todos los estigmas que nos afectan, pues solo con el esfuerzo colectivo se podrá concluir esta contienda contra el odio a lo ajeno y a lo diferente.
Con la ley en la mano y con la sensibilidad en el corazón. Así es como ganaremos. Así es como nuestros hijos podrán ser más libres, crecer sin prejuicios, donde puedan elegir qué les gusta sin imposiciones, donde la crianza sea respetuosa. Así también nuestros abuelos dejarán de ser maltratados y se comunicarán con sus seres queridos. Podremos además tener matrimonios o uniones de hecho más alejados de la violencia económica, las capacidades diferentes no serán motivos de burla y quienes no tengan la posibilidad de tener hijos verán nuevas alternativas para lograr su sueño.
Ya no se casarán las niñas ni los niños, y accederán a una educación integral de la sexualidad mejor pensada. Habrá quienes tengan más de una mamá o un papá, o quienes puedan constituirse como familia sin que medien los genes. Las labores domésticas y de cuidado tendrán tratamientos más justos, y todos nuestros allegados que hasta hoy se vieron privados de unirse legalmente podrán hacerlo, cada día con menos temor a asumir sus identidades.
Esta ley pensada y aprobada para dar amparo legal a realidades que existen y hieren a nuestra sociedad, protege a todas esas personas marginadas y tachadas por no cumplir con lo moralmente establecido, porque quienes miran desde posiciones privilegiadas no siempre entienden de amores.
Nuestro país reconoce su multiplicidad y apuesta por dejar atrás lo que tanto se naturalizó y se dio por establecido. Las verdades que defendemos hoy no son tan diferentes a las de antes, solo que ahora tenemos mayor conciencia y capacidad para perdonarnos como sociedad, y repararnos los sueños. Hoy —que somos más justos— tenemos que hacer cumplir lo que propone el Código, sin medias tintas ni escapes «por la izquierda».
Aún con el machismo que nos acecha, y esas concepciones cuadradas de lo que está bien o está mal, tanto la población como los operadores del derecho debemos desaprender mucho, y buscar la manera de comprender lo nuevo, que pronto será la moda.
Entre todas y todos, como nación resiliente que siente y padece, haremos de Cuba un país mejor. No porque con el Código se hayan resuelto nuestros problemas ni contradicciones, o que por arte de magia desaparecieran las injusticias, sino porque el amor —ese que engendra la maravilla— llegará a todos los hogares, sin distinciones, y porque seremos más felices.