Al filo de la 1:00 de la madrugada se oyó la voz de «Viene una patrulla» y enseguida surgió un tropel de más de 15 caballos con sus respectivos carruajes.
En el apremio, las bestias estuvieron a un pelo de atropellar a varias personas recién salidas de El Guajiro Natural, un célebre centro recreativo de Bayamo.
«¡Quítense!», gritaron los que conducían, como si les importara más la «escapada» que la vida de los seres humanos que cruzaban la calle.
¿Por qué a tal hora ese galope desesperado, semejante a una competencia equina por el centro de la ciudad? ¿Qué puede interpretarse de ese «huye que voy» esgrimido por varios cocheros a la vez, como si tuvieran licencia para atropellar?
Hay disímiles respuestas, pero algunas están ligadas a la ilegalidad y la indisciplina que se han ido forjando, a fuerza de la costumbre, en la Ciudad de los Coches, pese a las repetidas advertencias de medios de comunicación o de las multas aplicadas a algunos de los desobedientes.
No escribo siquiera de los más de 200 cocheros —según cifras de hace dos años— que siguen «tirando pasaje por la izquierda». Me refiero a una serie de violaciones habituales en la urbe: circulación por vías no autorizadas, conductores ingiriendo bebidas alcohólicas, irrespeto a la señal de Pare, excrementos en la calle, competencias entre «pilotos de caballos», maltrato a los animales, estacionamiento en áreas no autorizadas y apilamiento de carruajes a altas horas de la noche en las afueras de centros nocturnos (como El Guajiro Natural, el Bayam y la Casa de la Fiesta).
No todos los cocheros son incorregibles o irrespetuosos, por supuesto, y a veces hay hasta complicidad de determinados pasajeros. En esa misma jornada, por ejemplo, dos de los cuasi-atropellados vieron cómo por la avenida Rafael María de Mendive, a las 2:14 de la madrugada, pasaban varios vehículos tirados por corceles ajenos a aquella huida, que transportaban a 12 viajeros cada uno (en lugar de siete), y estos iban con risas «caballescas» y música bien alta, a todo galope, por las nubes.
A varias de esas transgresiones dedicó JR dos páginas en febrero de 2018 en el reportaje ¿Se desbocan los coches en Bayamo?, y luego en el comentario Ciertas bestias (abril de 2019). Entonces nacieron, institucionalmente, reuniones e ideas para ordenar ese tipo de transporte en la ciudad, pero hasta la fecha no ha existido el cambio radical tan esperado por los bayameses.
Lo más triste y real es que algunas de estas tendencias no son privativas de un lugar del país; se repiten en muchos puntos de nuestra geografía, como apuntaron varios ciudadanos que comentaron el citado reportaje.
Lo más triste, también, es que así se van erosionando sueños y anhelos, vinculados a una nación civilizada y decente, culta y cívica.
Por eso, sin renunciar a la persuasión, necesitamos de las fórmulas correctivas, de apretar la mano, de velar por que se cumplan las normas, de pararles el caballo —como dicen en tantos lugares— a la indisciplina y a los que se quieren seguir desbocando.