Acabo de leer Aquí, un estremecedor manojo de poemas escrito por Roberto Fernández Retamar en los duros años 90. Despojado de recursos retóricos banales, con empleo de nuestro hablar cotidiano, nacido de la esencia profunda de la intimidad, expresa en tono conversacional mucho más que un testimonio del vivir personal en el hogar donde balbucean los nietos y descubre las primeras canas en la cabellera de la hija, evidencias de continuidad de la esperanza y del implacable decursar del tiempo.
El milagro de la poesía trasciende el apunte azaroso de un diario. El aparente soliloquio remueve en el interlocutor potencial las eternas interrogantes acerca del sentido de la vida y despierta el alma dormida en la espera de la muerte que habrá de llevarnos. Afirma la fidelidad del artista a motivaciones que desde su primera juventud lo impulsaron —evocando ya desde entonces a José Martí— a publicar Patrias, las suyas y las del Maestro, Cuba y la poesía.
La noche forma parte del léxico común. Es la hora de la oscurecida y del reposo merecido al término de la jornada. Es el tránsito entre el amanecer —despertar de la vida— y el crepúsculo —apagarse de la actividad. Cesa entonces la hegemonía de la racionalidad consciente para abrir las puertas a la imaginación y el ensueño, al dominio de la poesía y la confrontación con la verdad.
De regreso a América, Esteban, el personaje de El siglo de las luces de Carpentier, contempla la noche. A un lado, en el viaje que habrá de traer el decreto de abolición de la esclavitud aprobado por la Revolución Francesa, aparece la guillotina, el más duro perfil de la historia. Más allá, en la transparencia del aire, se dibujan nítidas las estrellas, identificadas con las nociones de destino y eternidad. Todos somos viajeros de esa nave. Algunos, indiferentes, dejando caer día a día las hojas del tiempo, se sustraen a inquietudes más trascendentes. Otros, los poetas, los pensadores, los intelectuales orgánicos de la política, los iluminados por la fe en el mejoramiento humano, lo hacen sujetos a un inquebrantable compromiso ético.
Los dramáticos 90 tuvieron repercusiones similares a las de un tsunami. El derrumbe de la Europa socialista implicó para los cubanos afrontar los efectos de un súbito desplome del Producto Interno Bruto. Como parte del pueblo, los trabajadores intelectuales padecimos la extrema escasez. Fueron los largos apagones y las noches de insomnio bajo el agobiante calor. Recuerdo que, por mantener en alto mi dignidad, me sentaba cada noche a la mesa del comedor para ingerir unos escasos trozos de calabaza.
En el plano más íntimo, se agudizaron los desgarramientos familiares con la emigración de los más jóvenes en busca de horizontes ilusoriamente más promisorios. Mientras se implementaban fórmulas para la supervivencia, la izquierda internacional se fracturaba. Perdida la brújula, renunciaba a la construcción de un pensamiento crítico independiente, al análisis de los errores cometidos, al diagnóstico de la realidad, a la restauración de proyectos emancipatorios, a la reapertura de renovadas trincheras de ideas. No advertía que el avance del neoliberalismo se manifestaba en lo económico, en el terreno de la educación, en la subversión de la esencia humana de la cultura, en el empleo de las nuevas tecnologías, en la instauración de un poder hegemónico manipulador de conciencias y en el endurecimiento de las cadenas neocoloniales.
Confiando quizá en la posibilidad de disponer de los recursos existentes en el planeta rojo, el apetito insaciable de los tiburones amenaza la destrucción de los recursos de la Tierra, multiplica la producción de armas cada vez más poderosas —remember Hiroshima—, se impone la ética del «vale todo» en detrimento de principios fundamentales para la convivencia humana, se incendian bosques y se destruyen glaciares para favorecer las ganancias de las empresas extractivas. La tierra tiembla. Despiertan los volcanes dormidos. En los mares recalentados, los huracanes son más numerosos y violentos.
En ese contexto, Aquí no es un simple adverbio, sujeto a una movediza circunstancia social. El milagro de la poesía consiste en cargar la palabra de significados múltiples y trascendentes. El Aquí de Roberto Fernández Retamar implica una definición comprometida ante la historia, la ética, el devenir de la especie y de la nación. Expresa fidelidad a los principios. Es palabra convocante, luz que atraviesa los nubarrones en medio de la adversidad. Como lo hubiera deseado el poeta francés Stéphane Mallarmé, devuelve el lustre marchito a las palabras de la tribu para tender la mano a los hombres y mujeres de buena voluntad. Somos muchos. Somos mayoría. Pero andamos dispersos. Roberto Fernández Retamar coloca, una vez más, como lo dijera alguna vez, «en su lugar, la poesía».