Milán, Madrid, Moscú, Nueva York, Río de Janeiro, en todas ellas y en muchas otras ciudades, la pandemia ha mostrado dramáticamente la extrema vulnerabilidad de esos conglomerados humanos. Con la primera Revolución Industrial, las urbes crecieron desmesuradamente. En nuestra América, el empobrecimiento de las zonas condujo a la formación de desordenadas metrópolis, algunas de las cuales cuentan con más habitantes que la isla de Cuba en su totalidad. Para evitar la diseminación caótica de construcciones, los Gobiernos procedieron a establecer regulaciones urbanas que definían la altura media de los edificios, la amplitud de las aceras, el empleo de los balcones y otros detalles arquitectónicos atemperados a las características de cada barriada.
En el siglo XIX se concretaron en la práctica las concepciones de un diseño urbano integral. Bajo el emperador Napoleón III, Haussmann recibió el encargo de transformar la ciudad de París. Las bases de la innovación revelan el complejo entramado multidisciplinario implícito en la formulación del proyecto. Se fraguaba la noción de paisaje urbano. París se convirtió en la espectacular escenografía que conocemos hoy a través del juego de perspectivas abierto por las anchas avenidas que irradian desde el Arco de Triunfo, convertido en centro simbólico de la ciudad y, en lo político, un homenaje al papel de Bonaparte en la historia del país. La enorme inversión redundó en ganancias fabulosas para el capital financiero beneficiado por el brusco aumento del valor de los suelos. De manera implacable, fue arrasado el viejo París evocado por Víctor Hugo desde las torres de Nuestra Señora. Por lo demás, se ponía coto a las insurrecciones populares que se sustentaban en las barricadas interpuestas en las calles estrechas. El diseño fortaleció la estructuración del espacio urbano según las jerarquías sociales. Los más desfavorecidos tuvieron que refugiarse en los suburbios, tal y como lo atestigua Émile Zola en La taberna. Con todo, el urbanismo concebido como diseño integral respondió a una necesidad en virtud del desarrollo impetuoso de las ciudades. Forestier, un discípulo de Haussmann, intervino en la capital de Estados Unidos, y propuso y elaboró un proyecto para La Habana, en el que reconocía la actual Plaza de la Revolución como punto central.
No había concluido el siglo XIX cuando la conmemoración del centenario de la Revolución Francesa se celebraba con una exposición internacional de enorme repercusión. Era el canto al triunfo de la técnica. Su símbolo, la torre Eiffel, elegante estructura en ascenso hacia el cielo, simbolizaba las perspectivas infinitas del progreso con las posibilidades abiertas por el acero y el carbón. Daba el toque definitivo a la imagen escenográfica de la ciudad. El diseño urbanístico de la ciudad proyectado por Haussmann ofrecía clara respuesta a las demandas de un propósito político de expansión imperial, prolongación de las hazañas del primer Bonaparte, respaldado ahora por un capital financiero en expansión. La banca Rosthschild se había transnacionalizado. Napoleón III propició el intento de instauración de Maximiliano en México. El emperador de los franceses amparó la exitosa apertura del canal de Suez. La inversión abrió los caminos del Oriente y los herederos de los accionistas iniciales siguieron cobrando intereses hasta que, traspuesta la mitad del siglo XX, Nasser nacionalizó la ruta marítima.
El diseño urbano se articula de manera integral con las concepciones de desarrollo político-social. De ahí la necesidad de contar con la participación multidisciplinaria en su elaboración. En el caso nuestro, ajeno al dominio de los intereses del capital financiero y volcado hacia el impulso de una cultura y un modo de vida socialista, la visión integral centrada en el bienestar del ser humano requiere la convergencia de arquitectos y urbanistas, asociados a una perspicaz mirada sociológica con respecto a los valores culturales heredados en lo patrimonial, las costumbres y los estilos de vida. Para afrontar tan compleja exigencia el país dispone de un aval de investigaciones acumuladas y con especialistas calificados en el campo de la arquitectura y el urbanismo, conscientes de la importancia de considerar el aporte de las ciencias sociales.
Con las herramientas a nuestro alcance, estamos en condiciones de conciliar los escasos recursos existentes en la situación actual para encontrar soluciones a los problemas de más urgencia. «La Habana no aguanta más», dijo Juan Formell, nuestro juglar popular. Envejecida en lo demográfico y en lo físico, la inmigración interna acrecentó el número de pobladores. Al establecer prioridades, el Gobierno tomó una decisión estratégica. Sumas importantes se invierten en la solución de los problemas hidráulicos que arrastramos desde tiempos inmemoriales. Pocos recuerdan que un alcalde de La Habana, Manuel Fernández Supervielle, se suicidó por no poder cumplir su promesa electoral al respecto ni contar con el apoyo del entonces presidente Grau San Martín. Ahora, en cambio, a pesar de las medidas de confinamiento, han proseguido los trabajos de reparación de las fuentes de abasto y las redes de distribución, todo lo cual aliviará los problemas acumulados desde tiempo inmemorial.
Sin subestimar el deterioro existente en el conjunto de la capital, es evidente que Centro Habana merece una atención particular. Los estudios realizados muestran la magnitud de los daños y apuntan hacia la posibilidad de encontrar sostén en las fortalezas perceptibles. Los historiadores de la arquitectura tienen el registro de los valores patrimoniales que deben rescatarse y conquistar la visibilidad y el necesario concurso de los pobladores para su preservación. Hay perspectivas de reanimación para la vida cultural y económica, así como para la localización de áreas verdes. La solución de acuciantes debilidades constructivas y la mejoría en la imagen redundarán de manera positiva en el comportamiento social responsable de los habitantes.
Una lectura mecánica del marxismo sostiene que se piensa como se vive. La manipulación contemporánea de las conciencias demuestra que se piensa como se vive y como se sueña. El arte de la política consiste en tener en cuenta la interdependencia entre factores objetivos y subjetivos. Convocar a los habaneros en la configuración de los cambios necesarios, ofrecer renovadas oportunidades para participar y soñar, respetar su enraizamiento en el territorio y sus tradiciones de convivencia solidaria, garantizarán el cuidado y la preservación de lo restaurado.