La prepotencia del Presidente de Estados Unidos parece no tener límites; y sea porque le importe tanto satisfacer a los sectores estadounidenses que apuestan por el America First de modo de conseguir que lo reelijan en 2020, o porque ciertamente se sueña dueño del planeta, lo cierto es que sus castigos y amenazas asquean.
La más reciente bravuconada no solo da cuenta de esa luz corta de que ya ha hecho gala y que —aparentemente al menos— le impide ver la realidad mundial. Además, los carros que acaba de lanzarle encima a México con la advertencia de que subirá los aranceles a las importaciones de ese país si este no consigue detener los migrantes indocumentados, muestran a un Donald Trump irracional capaz de emprenderla, empujando y pisoteando, contra todo y todos.
No ha puesto oídos el «emperador» al plan propuesto por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador para instrumentar, precisamente con la ayuda de Estados Unidos ya que tanto poder económico tiene, un programa de inversiones y desarrollo en el sur —no solo el sur mexicano, donde ya AMLO invierte, se refiere a toda Centroamérica— que propicie el crecimiento y mejore los niveles de vida de modo que menos gentes se quieran ir y no se filtren, sigilosos y a riesgo de sus vidas, los miles que cada día intentan atravesar la línea fronteriza de México, en azaroso tránsito hacia el norte.
Ya que las mayorías en su Congreso han sacado a flote el honor y el sentido común estadounidenses, y no le han aprobado la construcción del prometido muro, Trump ha apelado otra vez a los «postulados» de esa fatídica política exterior que caracteriza su mandato: una ejecutoria ilegal, reverdecida en el irrespeto al Derecho Internacional y, por ende, abusadora.
Ajeno a la apabullante realidad de que la pobreza es lo que mueve a emigrar, Trump amenaza con atenazar más la economía mexicana, y anuncia que subirá en un cinco por ciento los aranceles de los productos de ese país que entren al suyo, a partir del próximo día 10, primer paso de un calendario de castigo ascendente que concluiría el 1ro. de octubre, con un 25 por ciento de incremento arancelario, si el flujo migratorio sigue.
Igual —¡obtuso Trump!— le va a pesar: seguro desde entonces serán más los mexicanos que emigren…
La decisión adereza un contexto punitivo que ha hecho arder las relaciones de EE. UU. con China y planea sobre la estabilidad del comercio y la estabilidad internacionales, luego de que el gigante asiático fuera arrastrado a una guerra arancelaria desatada por injustas sanciones de la Casa Blanca que, en el caso más reciente, involucran a la empresa de telecomunicaciones Huawei y 70 afiliadas.
Luego de intentos negociadores fallidos por los condicionamientos de Washington, sus acciones han sido respondidas por el gigante asiático con contramedidas hacia los productos provenientes de EE. UU. Según entendidos, ello significará a la Casa Blanca erogaciones ascendentes a 60 000 millones de dólares.
Tal escenario, provocado por el recelo estadounidense ante la emergencia de China como potencia y, junto a Rusia, su aporte a la multipolaridad, se suma a otros intentos de asfixia con fines políticos más ostensibles, como el bloqueo contra Cuba, recrudecido ahora con la activación del Título III de la Helms-Burton; o las sanciones que maniatan a la economía de Venezuela y roban el dinero de PDVSA para tratar de hacer caer al Gobierno chavista.
A México, cuyo nuevo ejecutivo ha anunciado y desarrolla una política de respeto al derecho ajeno para mantener la paz —como preconizó el prócer Benito Juárez—, Trump le está exigiendo un malabarismo imposible, si se ataca su economía y se agreden los esfuerzos nacionales por reducir la pobreza y la deuda social.
Ni qué decir si no se ayuda a las naciones de Centroamérica que, junto a Haití en el Caribe, han sido, históricamente, las más vapuleadas y abandonadas del hemisferio, razones por las cuales aportan también la mayor cantidad de migrantes.
El golpe será duro para México si la amenaza de Trump se cumple. El vecino sureño de Estados Unidos exportó el año pasado a la potencia mundial unos 346 500 millones de dólares «en artículos que iban desde carros hasta frutas y verduras», dijo la BBC.
Pero, ¿qué tal si una nación del Tercer Mundo como México, hallara otros mercados para su producción y pudiera dejar de depender de EE.UU.?
¿Cómo sería si México pudiera encontrar abastecedores distintos a Estados Unidos, y lograra prescindir de los 181 000 millones de dólares en productos que importa cada año desde allí (según la OEC, The Observatory of Economic Complexity), lo que convierte a la nación mexicana en el primer mercado de EE. UU., por encima incluso de Canadá y China (149 000 millones y 133 000 millones de dólares, respectivamente).
Habría que ver cómo se siente Donald Trump, por un día, en el pellejo de las naciones pobres y dependientes, y timonel de una nación económica y financieramente asediada. Pero nadie, nadie puede abogar por eso.
Para enfrentar desatinos como los suyos hace falta el multilateralismo y la solidaridad internacional, esos principios garantes de la paz y la estabilidad mundial que la actual administración estadounidense tanto y tan bien irrespeta.