La boricua Luz Esther Benítez Rosado, la dama de Bayamón. Autor: Tomada de Internet Publicado: 23/09/2025 | 10:48 pm
Me dijo a la salida del Teatro Martí, con su mano en mi hombro, como en familia: «Ve para allá, dile a la gente que vaya para allá, para el anfiteatro». Es 1989, Festival del Caribe, Santiago de Cuba.
Tuve tiempo de extenderle un programa de mano que graficaba con dos banderas tan emparentadas, los célebres versos de Lola Rodríguez de Tió: «Cuba y Puerto Rico son/de un pájaro las dos alas, /reciben flores o balas / sobre el mismo corazón».
Aquella invitación llegaba con toda la autoridad de la boricua Luz Esther Benítez Rosado, la dama de Bayamón, conocida artísticamente como Lucecita. Aquel encuentro en el anfiteatro Mariana Grajales se trataba del espectáculo Tres mujeres del Caribe que compartía con la dominicana Sonia Silvestre y la cubana Sara González. ¡Nada menos!
La había conocido del Festival de Varadero, por la pantalla, de haber alegrado con su música, de haber arrasado con su carisma; pero solo ahora estaba frente a mí esta intérprete, que cuando hacía una canción, la marcaba con sus bridas.
Después de escuchar la voz dulce, inconfundible, de Sonia Silvestre (la tarde sollozando de amor), llegó ella. Detuvo la orquesta cuando sintió que algo no sonaba en su tono y recomenzó. Lucecita posee un señorío, una vía muy suya de adentrarse, de bordar cada frase, de estirar, de dominar el aire. Pudiera dibujar, incluso, su forma de asir el micrófono. Hubo clásicos que ella hizo despegar como nuevos, hasta que el mundo se detuvo con la primera nota del Canto de Alabanza (Oubao moin), letra del poeta Juan Antonio Corretjer.
Es una inmersión en la historia de nuestros pueblos, en los ríos de sangre, en tantos intentos malogrados, en tanta gloria conquistada. El agradecimiento profundo, místico, subterráneo, a todos los que plantaron, a los que las ruedas giraron, a los que excavaron las entrañas. A nuestros nativos, a nuestros ancestros, a nuestros padres y abuelos, al esfuerzo heroico.
Lucecita nos hunde, nos punza, nos levanta. Cuando una artista canta de verdad, uno nace y muere de verdad: «Gloria a esas manos taínas porque trabajaban. / Gloria a esas manos negras porque trabajaban. /Gloria a esas manos blancas porque trabajaban. / De entre esas manos nos salió la patria».
¿Sabes lo que es una cabalgata íntima una cabalgata madrugadora, una cabalgata de amor? Lucecita nos la regala en su disco Éxitos callejeros. Otros han interpretado Cabalgata, pero pocos la han tocado con su fuego. En algún concierto dijo una vez, posesiva, intensa, metafórica, que María Grever había hecho un tema para que ella lo cantase. Y una vez que
escuchas lo que mil veces has escuchado, no quedan dudas: «Si yo encontrara un alma como la mía / cuantas cosas secretas le contaría /Un alma que al mirarme, sin decir nada / Me lo dijese todo con la mirada».
Lucecita ha sido proclamada La Voz Nacional de Puerto Rico. Ella canta sin concesiones, entera. Nos mueve, nos remueve. Así lo hizo en el Festival de la Canción Latina en México (1969) con la pieza Génesis, y desde entonces y hasta hoy, ya octogenaria, no ha cesado de conquistar escenarios, aplausos. La jíbara, la que puso su mano en mi hombro a la salida del teatro.