En la calle Plácido, entre Céspedes e Independencia, resulta frecuente que los turistas retraten y filmen el mural de caricaturas realizado por el colectivo de humoristas de Melaíto, con el fin de llevarse un recuerdo de su estancia en Santa Clara.
Los visitantes, frente a la pared lateral del edificio del periódico Vanguardia, en la que están estampadas escenas de un humor criollísimo, muestran sus sonrisas, signo de comprensión y satisfacción ante lo que descubren sus ojos.
El mensaje, con la proverbial síntesis que identifica las caricaturas, se entiende incluso sin necesidad de leer el texto que las acompaña.
El colectivo de Melaíto, siempre presto a hacer un beneficio público, ha confeccionado cinco murales en la ciudad con diversos temas, abarcadores de manera perspicaz de nuestros propios desaguisados, las sandeces imperiales del yanqui, el terrorismo y, por supuesto, la paz…
Esa iniciativa, a la que han contribuido humoristas de La Habana, embelleció esos céntricos espacios públicos y los dotó de un valor agregado valioso que induce a la reflexión y, a la vez, causa un efecto embriagador que se agradece.
Fue en la década de los 90, ante la falta de papel, que Melaíto le dijo adiós a la edición impresa, retomada años después con una frecuencia quincenal para agrado de los villaclareños y un poquito más allá.
Ni aun ante esa adversa circunstancia, el muy profesional equipo de sus creadores suprimió el contacto con los lectores, al inaugurar un espacio semanal en Vanguardia y aplicar la novedad, por su iniciativa, de utilizar vidrieras de establecimientos céntricos para colocar sus caricaturas.
Ese hecho antecedió al surgimiento de los murales, que tanto llaman la atención de los turistas y de todos los cubanos que transitan por esa arteria, pero una parte del situado en Plácido casi siempre está ensombrecido por un reguero de basura a sus pies, que tiran allí desde todas partes.
Hasta ahora no se ha podido impedir que se desluzca esa obra genuina, de prestigiosos caricaturistas, con una acción reveladora de una falta proverbial de sensibilidad, que atenta contra la reglas del ornato público, esas mismas criticadas por los humoristas.
Obviamente, si tiran hacia ese lugar basuras y hasta escombros sin que ocurra nada, nadita, de esa manera se afianza la costumbre de armar este vertedero a cuatro pasos del mismísimo corazón de la ciudad.
Bienvenido ese llamado a la disciplina social y al buen comportamiento, aunque la vida confirma, por rastras, que lo deben acompañar con la aplicación de la legalidad a los que quieren vivir al margen de las pautas de convivencia y campear por su respeto.
De hecho, existe la reglamentación que castiga a quienes utilizan las vías públicas para arrojar la basura diaria y todo lo que le estorba bajo su cobija casera.
Esa regulación es más bien formal, como lo confirma ese reguero de inmundicias donde menos uno se lo imagina a pleno sol y a plena luna, a tal extremo que forma parte ya del paisaje urbanístico.
A no dudarlo, a los turistas les invadirá cierto desconcierto, mientras aprecian el arte estampado en los dibujos y el montón de basura, imagen esta convertida en el colmo de los colmos que no respeta ni una obra artística como esa.