Para algunos cubanos el silencio parece haberse convertido en una excentricidad, en un error que se debe subsanar, en un lugar remoto al que no podremos llegar. Por eso, si encuentran un lugar donde este reine, lo tratan de apalear, destrozar, pisotear, extirpar. El silencio no forma parte de nuestra identidad, piensan.
Los asesinos del silencio se saltan las normas. Las palabras ordenar y dosificar no están en las páginas de sus diccionarios. No escuchan; mejor, no quieren escuchar. Su norte es el ruido; su arma favorita, la bocina; su antifaz, la música; su caldo de cultivo, la desidia.
Los asesinos del silencio están en cualquier rincón. Han empedrado de ruido el Archipiélago ante los ojos y los oídos de todos, casi en cualquier esquina, bajo un precario timbiriche, al lado de nuestras casas, e incluso cerca de centros de salud.
Algunos, incluso, pretenden endilgar la creencia de que «esto es lo que les gusta a los jóvenes». Es un reduccionismo poco serio, es una trampa. Alegría y respeto no están reñidos. Por supuesto, si la receta de diversión de una comunidad gira alrededor de un bafle (con cerveza incluida, o sin ella), todo funciona como una noria: eso será lo que pedirán, porque eso es lo que se les suministra habitualmente.
No vamos a andarnos por las ramas. Bailar, beber y escuchar música también exige cultura, y esta se gana al crear lugares adecuados, cerrando puertas a los excesos y a los facilismos, tantas veces convertidos en oportunismos.
Es hora de un examen serio sobre la formación educativa y los proyectos recreativos que nos rodean. Es preciso crear opciones al alcance del bolsillo de los jóvenes, y también de los no tan jóvenes. Es hora de despejar soluciones emergentes y frases como «No es para tanto» y «Hay cosas más importantes», que suelen resultar justificativas y cómplices.
No permitamos que cierto marabú espiritual se convierta en pasto. El irrespeto jamás hizo ciudadanos. El egoísmo jamás hizo patriotas.
Hacen flaco favor al país aquellos que tienen en sus manos las llaves de muchas decisiones y parecen haber olvidado que justamente están ahí para escuchar a quienes representan. Lo hacen, quienes aúpan lo que acaba convirtiéndose en coctel de marginalidades, motor de indisciplinas y violencia, granada de fragmentación para nuestra sociedad.
¿Qué clases de propuestas son esas que en nombre de algunos secuestran el derecho a la tranquilidad y el descanso de los demás? ¿Por qué tanta terquedad? ¿Cómo hemos llegado hasta ahí? ¿Hasta cuándo nos lo vamos a permitir?