Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

En la Universidad nada está perdido

Autor:

José Manuel Pérez González

A través de las columnas del edificio del rectorado, a la espalda del Alma Máter que desde la Colina de Aróstegui parece querer abrazar la ciudad, como si de cánticos invocadores de antiguos dioses griegos se tratara, la voz potente de Violeta Parra se pregunta: «¿Quién dice que todo está perdido?».

La interrogante —que se repite de siglo en siglo con diferentes voces y contextos— parece adquirir especial significado al ser formulada en el espacio místico de la Universidad de La Habana, y sobre todo, a inicios de este noviembre.

Latinoamérica está revuelta, tal vez como nunca desde hace mucho tiempo. En Brasil, un capitán de apellido Bolsonaro tuerce el camino hacia la derecha más extrema y dañina, para unirse al convite en el que ya están otros, como Argentina y Colombia.

Un poco más arriba, hacia la frontera con Estados Unidos marcha un ejército de pobres y expoliados, que son mal esperados con cara de pocos amigos detrás de un muro de miles de soldados armados hasta las vísceras.

Pero la Universidad se despierta como cada día, tres siglos le han dado esa mesura. Con el alba, los muros comienzan a llenarse poco a poco de sus moradores habituales. La Plaza Ignacio Agramonte, hacia la cual confluye todo el complejo es el punto de encuentro.

Frente a la Facultad de Derecho un grupo de jóvenes —alegres y alborotadores por definición etaria— cantan felicidades a una compañera que, un tanto apenada, ocupa el centro del grupo. En la de Física, los obreros, que desde hace más de una década intentan con lentitud desesperante rescatar el edificio, trabajan bajo la mirada de algún transeúnte.

Una muchacha en silla de ruedas, habitante también de la Colina, conversa con sus amigas mientras su madre aguarda, a distancia prudencial, por si algo necesita. En las escaleras de la Facultad de Matemáticas, estudiantes absortos —como todos los genios que tienen la cabeza llena de números y fórmulas— revisan sus celulares.

Otra vez Violeta Parra pregunta: «¿Quién dice que todo está perdido?» Y podría parecer que, ciertamente, los tiempos actuales no son muy buenos. Pero hace unos días, mientras Donald Trump bebía Coca-Cola, los Gobiernos del mundo rechazaron, una vez más, un bloqueo cuyas bases y objetivos exceden las fronteras de lo económico, comercial y financiero, porque atenta contra el ser humano.

La interrogante de la poetisa se reviste aquí con tintes especiales porque la Universidad —como si de una fortaleza se tratara— es el espacio donde ese bloqueo parece deshacerse. Y no es precisamente porque los educandos se hayan congregado, recientemente, frente al rectorado a rechazar esa injusta y criminal política, pues el hecho, si no tuviera una base sólida, no pasaría de ser solo un acto vacío de significado.

Pero puede decirse que la Universidad vulnera cualquier forma de bloqueo, aun con las carencias materiales que este implica, porque sigue generando conocimiento como es su razón de ser. Desde cada una de sus facultades, profesores y estudiantes dedican sus talentos a pensar soluciones y propuestas para hacer de la nuestra, una República mejor.

De sus aulas emerge un saber que, por superior, se encuentra muy por encima del bloqueo externo y que planta cara. Porque si hay malos cubanos que buscan excusas para no hacer lo que deben, la Universidad es la demostración tangible de cuánto se puede hacer pese a la adversidad; y ello la ha colocado entre los 20 mejores de Latinoamérica según QS University Ranking Latin America.

Es por eso que la pregunta de Violeta Parra se vuelve especial dentro del recinto académico y es por eso también que, reunidos allí para rechazar el bloqueo, los universitarios pueden creer, a pesar de los achaques, la estrofa del himno que entonaron, porque a ellos, sin duda, «¡… la Patria os contempla orgullosa!».

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