La inmensidad del amor que despierta el Che es el hilo conductor de estas páginas, con las cuales el periódico de la Juventud Cubana se ha propuesto honrar al hijo, al guerrillero, al padre, al estadista, al revolucionario…, en esta fecha sembrada dolorosamente en el corazón de la Patria.
Con trazos tiernos y sensitivos cada autor dialoga con el hombre símbolo, con el hombre futuro que encarna Ernesto de La Higuera, quien tiene mucho que decirnos de su calidez y humanidad en el itinerario siempre desafiante y ejemplar de su existencia.
Usted está a las puertas de agudas impresiones en las que la razón se enlaza primorosamente con el alma, porque la presencia del Che, ese hecho milagroso y bueno de nuestra historia, nos invita a la insaciable sed de conocimiento y belleza para ir en busca de Cuba misma.
Más allá de anécdotas o de los pliegues de los sucesos, se encontrará al Guerrillero Heroico hablándonos sabiamente de la importancia de la virtud y de darse con desprendimiento, así como se evidencia la grandeza de un proceso curtido por la resistencia popular, que ancló sus fundamentos de derecho en el propio hecho revolucionario y asumió el ideal socialista en su perenne lucha por la justicia social y la liberación nacional y antimperialista.
El mundo que primero lo sedujo fue el latinoamericano, por ello unió su suerte a la de su entrañable Fidel en México, tiempo después de su primer encuentro con Raúl en Guatemala. Desde entonces la altura de los sueños de estos audaces jóvenes, a partir de un poder revolucionario muy cohesionado y la conciencia política alcanzada, pudo llegar hasta negar y transformar radicalmente la lógica de los comportamientos humanos y sociales que reproducía en nuestra Isla el capitalismo, el poder de Estados Unidos y la geopolítica.
El nuevo país maduró la idea de sí mismo marcado por el influjo del decoro y el honor de sus líderes. Y esa condición caminó también por el sendero abierto por el Che con su práctica coherente y su disposición sin fronteras hacia la causa sagrada de la redención de la humanidad.
Es curioso cómo los captores y asesinos del soldado de América no lograron someternos al desamparo, ni condenarnos con su muerte, por más que siga ciñéndonos el pecho. Porque su perdurabilidad ya la había ganado en poco menos de cuatro décadas de rebeldía, racionalidad e intensa creación de un modo superior de convivencia.
Cincuenta años de su muerte y ahí está su fuerza arrasadora, que es la persecución de un ideal, de una norma moral. Y su verdadera herejía: la permanencia de un proyecto, que como él preconizaba, se replantee cada paso para latir desde una dimensión extraordinaria.
Ahí está Ernesto, sí, en la sublimación de las tareas que la vida le ha impuesto al cubano, en la legitimidad del liderazgo que ejerció desde el sacrificio compartido y hasta en el arraigo místico de nuestros sentimientos. Por ello el pueblo lo protege y lo quiere, y su luz baña esta edición especial de Juventud Rebelde, que lo recuerda vivo, en función de servicio, como él vivió y murió.
No me es posible hacer el juicio de este periódico. No podría objetivamente ser imparcial. Sí doy fe de algo esencial: de la pasión con que este colectivo de periodistas, correctores, diseñadores, fotógrafos, caricaturistas y editores se han entregado para que el Guerrillero Heroico nos siga iluminando.