Hace unos años la prosperidad era una palabra que se empleaba solo en pequeña escala, a nivel de amigos o de familia, o entre quienes entonces comenzaban a abrir sus negocios por cuenta propia. Aunque implícito en las aspiraciones del sistema social cubano, plasmadas en la Constitución de la República, el término no engrosaba el discurso colectivo para la construcción socialista en nuestra Isla.
El ideal de prosperidad tomó altura y sobrepasó los límites familiares e individuales a partir de la discusión de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. La actualización del modelo económico ha concentrado sus fuerzas en la búsqueda de un socialismo próspero —y a la vez sostenible—, en el que los anhelos de avance y satisfacción material y espiritual no queden atrapados en determinados grupos o personas o al vaivén de las circunstancias.
Algunos refieren que resulta redundante colocarle adjetivos al socialismo. Y sostienen su criterio en que, por ejemplo, la prosperidad está en la base de los propios fundamentos del sistema esbozados por los clásicos. A tenor de ello, sería imposible concebir un modelo social como el que deseamos cuyo objetivo final sea distinto al de una sociedad próspera, afirman.
Esas opiniones poseen una argumentación lógica, y esencialmente no resultan contradictorias, porque en el fondo pervive el mismo espíritu y propósito. Sin embargo, me parece atinado que se explicite el tipo de socialismo que los cubanos queremos. Y que se compartan los términos entre todos. Hay una razón: lo que aclara, no redunda. Al contrario, permite marcar el rumbo, el objetivo. Da impulsos a la idea, la coloca en el centro mismo de las aspiraciones.
Los más jóvenes, que han crecido en medio de turbulencias económicas motivadas por la caída del campo socialista, el recrudecimiento del bloqueo de Estados Unidos y deficiencias internas, también anhelan que ese futuro en el que se formarán sus hijos, sea «próspero». Y se enamoran de la palabra, porque su intención es justa y alcanzable. Identificar el socialismo con escaseces y limitaciones, y no con el desarrollo y el progreso, a partir de un amplio despliegue de potencialidades humanas, implicaría un gran error.
Pero, ¿qué tipo de prosperidad es la que nos proponemos? ¿Cómo llegar a ella? ¿De quién depende? ¿Estamos hablando de obtención de bienes materiales o de altos estándares de calidad de vida? ¿O de una combinación de ambas? ¿Sería una opción viable llegar a ser próspero sin acudir a la virtud?
En los documentos aprobados por el 7mo. Congreso del Partido que actualmente son sometidos a consulta —Proyecto de Conceptualización del Modelo Económico y Social cubano de desarrollo socialista y Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030. Propuesta de Visión de la Nación. Ejes y sectores estratégicos— se ofrecen muchas respuestas a estas interrogantes, que a partir de las propuestas en cada colectivo seguramente serán perfeccionadas.
En estos se define que la prosperidad está relacionada con la capacidad de progresar en la materialización de proyectos racionales de vida, individuales y colectivos, en correspondencia con los valores de nuestra sociedad, a partir del trabajo honrado. Y se explican los factores que a ella tributan, como son la creación de riquezas y la participación en su distribución justa, la eficacia del sistema de educación, de salud, de cultura, del deporte, de la administración pública, la vivienda y servicios básicos, el orden público, la seguridad ciudadana, la disciplina social, etc.
Incluye igualmente la justicia social, la igualdad de oportunidades, la no discriminación y los derechos de todos los ciudadanos. Su impacto va desde la preservación del medio ambiente y la práctica de la comunicación social hasta el mundo laboral y los resultados de la ciencia, la tecnología y la innovación.
Esa sociedad, para que sea próspera, también debe estimular el ejercicio de la participación en los procesos culturales y la posibilidad de estar preparados para el disfrute de lo mejor del arte y la literatura, con una actitud crítica ante lo banal. De lo que se trata es de alcanzar «un desarrollo económico y social que logre satisfacer las necesidades materiales y espirituales del ser humano, fomentando sus capacidades, iniciativa y creatividad, lo que supone la transformación de la estructura económica hacia niveles superiores de competitividad sostenible y justicia social», como se aclara en los documentos del Congreso.
Tienen razón quienes afirman que Cuba cuenta con un potencial de prosperidad nueva. La Revolución ha formado a sus hijos para ser mejores cada día y emanciparnos por nosotros mismos como hombres y mujeres de bien. Esa es su mayor riqueza. Y en las transformaciones que hagamos por un porvenir mejor estará siempre la brújula del Apóstol José Martí de que «La prosperidad que no está subordinada a la virtud, avillana y degrada a los pueblos: los endurece, corrompe y descompone».