Creo que la visita de Obama a Cuba es consecuente con el diseño de política de Estados Unidos hacia nuestro país, anunciado el 17 de diciembre de 2014.
Indudablemente se trata de un golpe de audacia en función de los intereses de una parte considerable de la clase dominante norteamericana, que se ha unido a Obama en este nuevo momento y en función del legado del propio Presidente, que no tiene mucho que mostrar en otras áreas de la política exterior.
Obama retoma la senda trazada por la administración Carter y la lleva más lejos, pero aún no agota todas las posibilidades ejecutivas que convertirían al bloqueo en un cadáver, dejando solo al Congreso la posibilidad de llevarlo a cenizas; en ese sentido continúa el juego del garrote y la zanahoria, aunque se refuerza esta última, dentro de la estrategia del «encantamiento».
La pelota sigue estando en cancha estadounidense, aunque parezca y se intente dar una imagen diferente, pues Cuba no tiene ninguna política agresiva y fallida —como reconoce el propio Obama— que desmontar hacia los Estados Unidos.
Se trata de un ajuste táctico profundo —no hay modificación en los objetivos estratégicos de cambio de régimen—, resultado de la resistencia histórica del pueblo cubano a las más diversas variantes de política agresiva de los Estados Unidos, de la sabiduría de nuestro liderazgo histórico, del apoyo mancomunado de la región de América Latina y el Caribe, y de la encomiable labor de la diplomacia cubana, en la que el papel de nuestro General de Ejército Raúl Castro también ha sido fundamental.
Con este nuevo enfoque de política se pretende compaginar los intereses específicos que Estados Unidos persigue en Cuba, con los que tiene hacia América Latina y el mundo. Recuperar el liderazgo en la región para enfrentar el desafío que para su hegemonía a nivel global representan China y Rusia, resulta hoy vital para los intereses de «seguridad nacional» de Estados Unidos.
Es evidente que esta política también busca disminuir el simbolismo de Cuba ante las fuerzas progresistas y de izquierda del mundo, de ese David enfrentado a Goliat, crear división y confusión, revertir los procesos progresistas e integracionistas de la región y, sobre todo, convertir a Venezuela, por lo que ha representado y aún hoy representa en el nuevo momento que vive América Latina y el Caribe, en la diana fundamental de las políticas agresivas e injerencistas de Estados Unidos.
De ahí que hoy más que nunca todos los revolucionarios cubanos y del mundo, debamos echar rodilla en tierra con la hermana República Bolivariana de Venezuela: lo que suceda allí será determinante para el futuro de la región y del socialismo a nivel global. Cuba recibió a Obama con respeto y desde una posición firme y de principios que le ha permitido participar de estas circunstancias, ratificando una vez más su voluntad histórica favorable al diálogo y al entendimiento con los Estados Unidos, siempre que sea en igualdad de condiciones y sin la menor sombra a nuestra soberanía, tanto en el plano doméstico como internacional. Ser respetuoso no significa caer en ingenuidades en cuanto a cuáles son las intenciones de Washington, pero aceptamos el desafío.
De cualquier manera, la mejoría de la vida material y espiritual del pueblo cubano no vendrá por la visita de un mandatario estadounidense, sino por lo que continuemos siendo capaces de hacer los cubanos por nuestros propios esfuerzos.
Esta visita de Obama constituye, sin duda, un hito histórico en las relaciones Estados Unidos-Cuba, pero que esa historicidad sea favorable a Cuba estará sobre todo en los hombros de las nuevas y futuras generaciones de cubanos, quienes tendrán a su cargo, tanto la responsabilidad de aprovechar con inteligencia las nuevas oportunidades que se abren, como enfrentar con éxito los desafíos que para la sobrevivencia de la Revolución representa esta nueva etapa.
Como expresara nuestro Comandante en Jefe en su reflexión del 4 de diciembre de 2008, Navegar contra la Marea: «Con Obama se puede conversar donde lo desee, ya que no somos predicadores de la violencia y de la guerra. Debe recordársele que la teoría de la zanahoria y el garrote no tendrá vigencia en nuestro país. (…) Nuestros principios son los de Baraguá. El imperio debe saber que nuestra patria puede ser convertida en polvo, pero los derechos soberanos del pueblo cubano no son negociables».