Durante dos Zafras del Pueblo a mediados de los años 60 del siglo pasado fui el único cubano que integró la brigada china de cortadores de caña voluntarios, creada para apoyar aquellas jornadas productivas.
Recuerdo que en el vestíbulo de la entonces Escuela de Letras y de Arte de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana, donde yo estudiaba, cuando se pidieron disposiciones para acompañar a los estudiantes asiáticos a los campos de Matanzas, nadie levantó la mano.
Me dio una rara tristeza aquello, porque estábamos alojados —chinos y cubanos—en el edificio de becarios de 12 y Malecón, en el Vedado. Los conocía a todos, éramos amigos y compañeros, nos veíamos constantemente en la escuela y en la beca, compartíamos meriendas, almuerzos y comidas, y hasta nos ayudábamos mutuamente en el aprendizaje de los dos idiomas.
No lo pensé dos veces y levanté la mano. «Pues si nadie quiere ir con estos compañeros, yo iré», fue mi expresión en aquel momento y… ¡santa palabra! Me fui con ellos hacia las zonas cañeras de la provincia matancera.
Éramos 30 chinos y yo. Recuerdo que a ellos —cuando empezaron a estudiar su licenciatura en Español— les pusieron como nombres de pila unos de origen latino. Así fue, por ejemplo, en los casos de Ramón Mong, Alberto Ding, Licurgo Seng, y otros.
Sin embargo, aunque fue una coincidencia, mis dos más grandes amigos chinos, Chang Hung Fa y Yang Su Tieng, se quedaron con sus patronímicos asiáticos.
Los dos, Chang y Yang, me enseñaron muchas expresiones, saludos, frases y poemas en su idioma, bastante difícil por lo menos para mí.
Con Chang Hung Fa aprendí, por ejemplo, una canción de moda entonces en la República Popular China, cuyo título es muy significativo y simbólico: ¡El Socialismo es bueno!
No puedo negar que aún la recuerdo y tarareo, y que a veces la he cantado hasta con ritmo de conga. ¡Sí, señor!
Era una especie de «Cuba qué linda es Cuba» para ellos, melodía muy querida y que todos los chinos cantaban con frecuencia.
Los cortes y la vida propia de una movilización cañera entre no expertos de la mocha fueron escenarios propicios para que mis amigos chinos me enseñaran algo de su idioma, y yo a ellos del mío.
Acuciosos estudiantes del Español, se interesaban en los más aparentemente insignificantes detalles de nuestra manera de hablar. Eso me llamaba mucho la atención, porque ellos apuntaban cualquier pormenor en sus libreticas personales en el momento en que les surgía alguna duda o los avivaba determinada curiosidad de interés lingüístico.
De ahí que nos compenetramos tanto, que en la segunda movilización fueron ellos los que solicitaron mi presencia de nuevo en su brigada, pero esta vez en una zona cañera de Pinar del Río.
No se me puede olvidar que precisamente a Chang Hung Fa, una caña por poco le saca el ojo derecho, y tuve que correr con él para el médico más cercano de la zona. Yo iba como «intérprete», porque Chang, muy nervioso, no podía ni hablar en chino.
De más está decir que aquel día comprendí dos cosas importantes, especialmente para mí: que la solidaridad humana es el mejor idioma del mundo y que yo no sabía «ni papa» de chino para «traducir» el dolor de mi hermano Chang Hung Fa.
El médico —por supuesto, para eso había estudiado Medicina— no necesitó absolutamente de mis «servicios» como «traductor» para curar al noble asiático, aunque mi amigo de la República Popular me agradeció siempre el gesto.
Estos compañeros chinos terminaron sus estudios, regresaron a su patria y fue en una exposición Salud para Todos, en Pabexpo, Miramar, donde en 1988, vi de nuevo a Chang Hung Fa, 25 años después.
«¿Ni chi fala má?» (¿Ya comiste?), le pregunté para recordarle la primera expresión que él me había enseñado durante los tiempos de nuestra estancia en el edificio de 12 y Malecón. Sin perder su asombro de siempre, me contestó: «Wo men Cubá lautón» (Nosotros trabajamos por Cuba), otra de aquellas frases aprendidas con su amigable ayuda.
En 1996, si mal no recuerdo y según me dijeron en una conferencia de prensa en la Embajada China en La Habana, Chang Hung Fa laboraba como diplomático de su país en tierra sudamericana, así como también Yang Su Tieng.
Cuando Fidel visitó China, pensé que los dos quizá vieran al Comandante en Jefe, y entre otros muchos pensamientos recordaran a aquel joven cubano pequeño y risueño que, con 22 años, fue el único no chino que los acompañó durante dos Zafras del Pueblo como integrante de su brigada cortadora de caña.