A pesar de que año tras año se publican en Cuba notables investigaciones históricas y del espacio que tienen los temas históricos en nuestros medios de comunicación masiva, para nadie es un secreto que el conocimiento de la historia de Cuba en las generaciones más jóvenes aún está lejos de alcanzar el nivel al que se aspira. Aunque se ha realizado un gran esfuerzo por superar esta situación, el problema aún sigue latente.
Si a lo anterior sumamos el hecho cada vez más visible y comprobable, de que la guerra cultural desatada contra el modelo socialista cubano, no solo pretende hacer diana en nuestro presente y futuro, sino también atacar las bases más sensibles y simbólicas de nuestro pasado, es suficiente para comprender que el tema es de vital importancia para la supervivencia de la Revolución, así como para la defensa de nuestra identidad y del orgullo de ser cubano. Lo que no se conoce no se puede amar y mucho menos defender. ¿Cómo lograr entonces que la historia de Cuba cale en lo más hondo del sentimiento y el pensamiento de los jóvenes cubanos?
Solo mencionaré algunas ideas que considero fundamentales, para incorporarlas al rico debate que hoy provoca este asunto, consciente de que seguramente obvio algunas aristas importantes.
Coincido con que el eslabón fundamental sigue siendo el maestro. «Tengamos el magisterio y Cuba será nuestra», decía José de la Luz y Caballero. La preparación, amor a la profesión y talento del maestro pueden en gran medida hacer atractiva la historia a los jóvenes, tomando siempre en cuenta el nivel de enseñanza. Primero forjar el sentimiento, luego la razón.
Por otro lado, hay que seguir insistiendo en escribir, divulgar y enseñar una historia de Cuba caracterizada por la multiplicidad de matices y las continuas problematizaciones, alejada de los enfoques reduccionistas de los «buenos y malos», o donde todo se ve en «blanco o negro». Una historia donde los héroes parecen dioses inmaculados y no hombres de carne y hueso, con luces y sombras. La historia sacralizada no es historia y, además de irreal, siempre resulta muy aburrida. Junto a los grandes temas tradicionales en la enseñanza de la historia, deberían incorporarse otros cada vez más necesarios como los relativos a la «raza» y al género, así como aspectos relacionados con la vida cotidiana.
La historia es, por encima de todo, interpretación y análisis, no una sucesión de hechos, y puede ayudarnos muchísimo a formar los sujetos críticos que necesitamos en la Cuba de hoy, dotados de un entrenamiento especial para el debate y la capacidad del discernimiento, desde posturas cada vez más antiimperialistas y anticolonialistas.
Pienso que a la hora de estudiar y enseñar nuestra historia no pueden existir anatemas. Si bien nos faltan muchas biografías por escribir y contar de lo que consideramos la vanguardia patriótica cubana, las figuras y corrientes políticas más conservadoras y reaccionarias de nuestra historia también hay que estudiarlas; aportar nuestra visión, de lo contrario, otros lo harán por nosotros y no siempre con buenas intenciones. Lo mismo puede decirse de los temas más sensibles y espinosos de nuestra historia, en especial de la más reciente.
Urge que los jóvenes se apoderen en su totalidad de la historia de la Revolución Cubana en el poder. Pero todavía hay que escribir e investigar muchísimo sobre este período, aún en desventaja con los estudios de las épocas anteriores. Allanar el camino del acceso de los investigadores a los documentos necesarios sobre el período permitiría avanzar sobremanera en esa dirección.
También se hace necesario lograr una mayor sincronía entre el progreso de la ciencia histórica que palpamos a través de las numerosas y profundas investigaciones que se publican todos los años, y la correspondiente actualización de los textos escolares en todos los niveles de enseñanza, así como en el uso público de la historia a través de los medios de difusión masiva.
Cómo insertar los contenidos de nuestra historia en internet o intranet, en páginas web, blogs y redes sociales, sería una pregunta pertinente en los tiempos actuales, en que muchos jóvenes se inclinan por esta opción. Ante una juventud que asume cada vez más códigos audiovisuales, se impone también llevar la historia a esos formatos. ¿Será que es muy difícil hoy en día lograr películas históricas de la calidad de Clandestinos, José Martí: el ojo del canario, o series televisivas como En silencio ha tenido que ser, Julito el pescador, o Duaba? ¿Será que es imposible lograr documentales históricos como los que en su época realizó Santiago Álvarez?
Muchos son los retos que tenemos por delante en el plano ideológico y cultural, pero mayores son las potencialidades —aún no aprovechadas del todo— que tenemos para salir airosos. Llevar la historia hasta el corazón mismo del pueblo y en especial a los jóvenes, sin convertirla en una propaganda política vaciada de contenido, continúa siendo una cuestión de la más alta importancia estratégica.
*Doctor en Ciencias Históricas