En todos los lugares visitados en Ecuador hace ya casi un año, no vi una criatura tan desamparada y agradecida como Galo Alberto Medina. Su vida es trabajar al borde de las lagunas de albañales de Huaquillas, donde se levantan las ladrilleras más grandes del país sudamericano, en la frontera con Perú.
Galo comentó que le dolía todo el cuerpo, pero sabía que no era por causa del dengue: «Son los trastazos del tiempo». Ahora trabaja más contento que cuando había mosquitos. En cada colada que le hicieran a cualquier charco sacaban entre 200 y 300 larvas. Era imposible vivir. Y ni hablar de las veces que contrajo malaria y dengue. Fueron muchas. Tantas, que no le alcanzan los dedos de las manos para contarlas. Y así tenía que trabajar, porque entonces aparecía cualquiera y tomaba su puesto tan codiciado entre los coterráneos desocupados y también entre los parados del vecino Perú.
Galo no sabe que fueron técnicos cubanos quienes trabajaron en unión de sus compatriotas para eliminar al vector que transmite el dengue —gracias también a la voluntad de su Gobierno— pero dice que, fueran de donde fueran, les agradece. Ahora no se le hacen úlceras en las piernas por las picaduras, y hasta ha logrado elevar su productividad, pues para llevar el pan a su mesa y vivir dignamente necesita ganar al menos 700 dólares al mes, y por cada millar de ladrillos recibe solo 35 dólares a cambio.
Galo es viudo y no tuvo hijos, su único matrimonio es con la vida. Agradece tener salud como nunca antes la tuvo para poder moldear el barro y secarlo hasta que tome forma y consistencia, porque de nada le valdrían las extensas jornadas, incluidos los domingos, si sus ladrillos no fraguan. Tendría que deshacerlos y empezar nuevamente la dura faena de convertir el barro en pieza codiciada.
Habla en tono bajo, pero todo lo que cuenta es un monumento a la subsistencia. Desde los 17 años vive en el barrio Ecuador, y desde entonces ha sufrido tres accidentes. El último fue barriendo los suburbios fronterizos con Perú, donde una piedra procedente del colector de basura lo golpeó, y al caerse el aparato de metal le hirió gravemente su pierna izquierda y lo dejó con limitaciones desde muy joven, hasta hoy que cuenta 63 años.
Galo soporta el calor de las ladrilleras de Huaquillas que a veces sobrepasa los 35 grados centígrados. Lo soporta todo, hasta la soledad en que vive con sus manos llenas de tierra babosa. Lo que este hombrecito exiguo asegura no soportar nunca más son las picadas de los zancudos que lo tenían siempre enfermo; y aunque no le quitaron la vida, como a otros que él conocía, le robaron vitalidad y siempre lo mantuvieron asustado, como esperando su turno, como si vivir fuera un milagro.