Por fin fui a graduarme la vista. Mi vista no parece una chica muy lista que digamos: se graduó cuando estaba a días de cumplir 46. Reconozco que llegué un poquito tarde, pero al menos puedo decir que ya tengo dos títulos: el que me dio la universidad y el que certificó un hospital.
«Su problema —explica amablemente la oftalmóloga— pudo haberse corregido hasta que tuvo ocho años, más o menos».
Así que, más o menos, me retrasé unos 38 años en llegar, pero ustedes saben que el transporte no anda muy bien por estos lares.
La doctora me revela el nombre de mi mal (ambliopía anisometrópica) y, quizá por delicadeza, evita aludir al apelativo más conocido: ojo vago. Bueno, si es mi ojo tiene que parecérseme, y yo no soy lo que se dice un vanguardia nacional del sindicato; por el contrario, más bien estoy intrigado por saber de dónde sacó su espíritu mi ojo izquierdo, el trabajador.
Les cuento. La ambliopía anisometrópica es la disminución visual de un ojo sin que alteraciones orgánicas lo justifiquen, lo que impide una correcta visión binocular. El cerebro, que casi siempre se las da de inteligente y casi nunca es imparcial, privilegia a su «bombillo» sano y relega al otro, sumiéndolo en progresivo desempleo.
Mientras la especialista me hablaba yo entendía mejor por qué en antiguas sesiones de práctica de los domingos de la defensa me destaqué como el peor tirador y cierta vez hasta fui expulsado de la línea de disparos (imaginen que justo a la pupila derecha confiaba el alza y la mira) con los muy pocos honores del caso.
Leí algo. Resulta que, en efecto, si hubiéramos descubierto el asunto en mi niñez, tal vez tapándome el ojo «bueno», el izquierdo, entonces el diestro holgazán hubiera tenido que mirarse por sí mismo los frijoles y aportar algo a mi paso por el mundo. A mí, que muy temprano me sentí atraído por las historias de piratas y barcos y de tesoros que jamás encontré, un parche en un ojo no me hubiera caído nada mal.
Ahora es absolutamente tarde. De hecho, los pronósticos para mi faro de estribor pudieran no ser graciosos. Espero los espejuelos que me indicaron con la certeza de que Don Izquierdo es el Lazarillo de su hermano gemelo, el zurdo es el tipo materialista que lee los anuncios y cuenta mi salario exiguo, pero prefiero entenderme con el derecho, ese ojo callado que aun tropezando jamás renuncia a soñar.