El 19 de mayo de 1994 un hombre siembra una ceiba en los terrenos de un antiguo vertedero, cerca del poblado de San Antonio de los Baños. Felo, como muchos lo conocen, rinde tributo así al más universal de los cubanos. Tiene un sueño y esa ceiba es el comienzo para convertirlo en realidad.
En un ir y venir desde su casa, con un libro bajo el brazo, comienzan a aparecer sobre el basurero las posturas de futuros árboles. El sol está fortísimo, hay que labrar la tierra, remover la basura, buscar agua desde muy lejos, traer piedras que sirvan de base para versos y dibujos. «¡Loco!», grita alguien desde la carretera. «¡Ponte a sembrar boniatos!», vocifera otro.
Corren años muy difíciles para Cuba, pero escribió Martí —y bien sabe Felo— que «la poesía es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquella les da el deseo y la fuerza de la vida». Como todo gran hombre, no claudica. Con tesón y perseverancia, poco a poco, va transformando el vertedero.
Ya se ven erguidas «la yaya de hoja fina», «la majagua de Cuba», «el cupey de piña estrellada», «el dagame, que da la flor más fina, amada de la abeja», «el ateje, de copa alta y menuda», «el caguairán, el palo más fuerte de Cuba», «el grueso júcaro», «el almácigo, de piel de seda», «la jagua de hoja ancha», «la caoba, de corteza brusca», «la quiebrahacha de tronco estirado, y abierto en ramos recios, cerca de las raíces», «la yamagua, de hoja fénica que estanca la sangre y con su mera sombra beneficia al herido»… más de 50 especies de plantas mencionadas por José Martí en su diario de campaña De Cabo Haitiano a Dos Ríos.
A la entrada del bosque hay una campana. «Esta campana se toca todos los días —explica Felo—; me la regaló Eusebio Leal, y también aquel cañón». Más adelante, sobre un montículo, una serie de pilotes de madera. «Es la ruta martiana; los pilotes señalan los campamentos». En medio de la ruta hay una piedra grande con la figura del Apóstol, machete en mano y mirada feliz. «Las piedras las traigo de la base de aviones».
En otro lugar del bosque: «Mira qué jigüe más lindo; este najesí lo traje de Baracoa; estas naranjas son unas niñas y ya dan frutas; aquella palma la sembró quien fuera ministra del Medio Ambiente Rosa Elena Simeón; aquella otra la sembró Silvio Rodríguez… Mira, Silvio, aquí hay una guataca —le decía yo—. No, no, con las manos, Felo —me decía él tirado en el suelo...—; esa la sembró Jesús Orta Ruiz, «el Indio Naborí». Está cayendo dentro, Rafelito —me decía él mientras echaba la tierra—; lástima que no pueda ver esto».
Rafael Rodríguez Ortiz va de un lado hacia otro contando anécdotas y explicando detalles. Muestra el rincón de América, el rincón de la mujer, el rincón del Granma. «Verdad que parece un barco», dice señalando una inmensa piedra. El yate está construido con siete tipos de madera y aquí están sembradas las siete especies. «Esta hilera de piedras representa a los 82 expedicionarios y la ruta de Tuxpan a Las Coloradas. La primera piedra es Fidel».
La mañana avanza. Nuestra tropa se despide, mochila al hombro. Ha sido una noche más de alegrías y encuentros. Ya son siete años consecutivos de los 20 que cumplió este lunes nuestro bosque. Los jóvenes del Consejo Plaza Martiana de la Sociedad Cultural José Martí, del Movimiento Juvenil Martiano, de la Brigada de Instructores de Arte José Martí, de la FEU, de la FEEM, los trabajadores… unidos en una jornada inolvidable de guitarras, fogata, caldosa, tiendas de campaña, versos, cuentos, historias…
Ya de salida, en una última piedra, leemos unos versos firmados por Alfredo Ruiz (la segunda alma del Bosque, el hijo sentimental de Felo, el que comanda el proyecto infantil Guardianes de la Naturaleza): Veo un bosque floreciente,/ Veo una coa caer,/ Pero ya no puedo ver,/ el basurero presente.// Veo el sudor en la frente/ del esfuerzo apasionado,/ veo un sinsonte emplumado/ dando gracias al amigo/ que quiso darle un abrigo/ Con su sueño realizado.
*Vicepresidente de la Sociedad Cultural José Martí