La interrogante sobre si los cambios que se viven en Cuba pueden perfilarse únicamente en la economía, se conecta ineludiblemente con la imposibilidad de potenciar cambios y de hacer análisis de la sociedad desde un enfoque fragmentador de la realidad social, que contemple reflexiones que puedan entenderse sin una comprensión integral de los nexos reales e inescindibles de la estructura económica con los elementos objetivos que, de un modo dialéctico, se cimentan en lo ideológico, en lo cultural.
En este sentido, el socialismo que prevea su futuro solo en una de estas variables carecerá de perspectiva histórica y proyectará estrategias de desarrollo abstractas. Pero, llegado a este punto, considero que se hace preciso volver al principio y preguntarse en busca de claridad: ¿es el socialismo el camino, la vía para llegar a la «suma felicidad» y a una «República con todos y para el bien de todos»?
Frente a esta interrogante también se hace imprescindible preguntarse por el modelo que le sirve de contrapeso, o le es antagónico, por lo menos en las actuales condiciones de desarrollo. Este último se define por perfiles muy claros: un modelo de sociedad donde el mercado se convierte en el centro de la recomposición de toda la vida, donde se potencia la supremacía del capital sobre el trabajo, donde la desigualdad social es estructural, está incrustada en el sistema. Entonces, si el socialismo es la alternativa a este modelo, en busca de socializar el poder y la economía, no queda duda de que las propuestas históricas se plantean la disyuntiva de Rosa Luxemburgo, «socialismo o barbarie», que en las condiciones de desarrollo de Cuba adquiere gran vigencia. Un posible capitalismo en Cuba no sería un capitalismo del Primer Mundo, con todas sus consecuencias negativas; resultaría un capitalismo del Tercer Mundo, y ello explica aun mejor el drama que sería este tipo de modelo de sociedad.
Pero no podemos olvidar entonces que el socialismo planta cara a todo condicionamiento enajenador en la política y la economía.
Y la enajenación se plantea en los procesos sociales en una dimensión dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo, en que las realidades de su mundo se le enfrentan al individuo, se le hacen hostiles, inasibles. Esto llama la atención sobre la imposibilidad de provocar, en el orden de la conciencia social, en lo subjetivo, cambios realmente trascedentes en la política si no se comienza también por replantearse todos los condicionamientos objetivos, estructurales, que son barreras para alcanzar el desarrollo pleno de todas las capacidades humanas en lo político.
El aprendizaje de nuestra institucionalidad política no puede desconocer el peso que tuvo la institucionalidad regulada en la Constitución soviética de 1936.
Y el proceso de esta institucionalidad reprodujo en la antigua Unión Soviética, en un sentido exponencial, estructuras enajenadoras en política y economía que impugnaron estrategias emancipatorias del propio Lenin, como la existencia de marcos institucionales que potenciaran la «creatividad histórica de las masas», o la construcción social «desde abajo». Si de ejemplos se trata, es de sobra conocida la historia de los soviets que, de organismos funcionales nacidos de la experiencia revolucionaria, perdieron, en un sistema excesivamente centralizado y jerarquizado, todo su contenido, en un proceso de vaciamiento de todas sus potencialidades creativas y revolucionarias.
Por eso hoy no podemos cerrar los ojos, ver pasar trabas institucionales de profundo calado y quedarnos inertes. Está en juego con ello, y es una convicción del que escribe, la supervivencia del socialismo en Cuba. Es cierto que nuestro proceso fue creando sobre la marcha expresiones institucionales propias, pero en la base todavía perviven expresiones que heredamos del modelo soviético. Como sabemos, aquella experiencia histórica fue incapaz de rectificarse en el camino, y fueron esos mismos condicionamientos objetivos que reprodujeron en todos los sentidos la enajenación política y económica, los que fueron labrando desde el interior, el desastre.
Hoy las propuestas para rediseñar nuestro modelo institucional en lo político pueden encontrarse en varias ideas generales. No podemos perder de vista que si la socialización del poder y la economía se plantea como proceso de desenajenación, entonces deben potenciarse los mecanismos y procedimientos para que los individuos materialicen este proceso sobre la base de hacer que los poderes sociales sean controlados por ellos mismos, y la capacidad de ponerlos en función de la construcción de su realidad inmediata. Por eso, nuestra institucionalidad debe poner el colimador en puntos neurálgicos para la reproducción del proceso: la representación política en la base, la amplitud en los mecanismos de defensa de los derechos y de la propia institucionalidad, y mayor accesibilidad de los ciudadanos al control de la gestión y ejecución de políticas públicas.
Si lo resumiéramos en una idea, el socialismo en Cuba tiene todas las garantías para consolidarse si es capaz de construir en la política y la economía, los mecanismos y las esferas para evitar la enajenación del ciudadano.
*Jurista