En otro momento hubieran puesto un candado, colgado un cartel, y a caminar. ¡Y cuidadito con chistar! No especulo. Hablo verdad. Es lo que casi siempre ha ocurrido y aún sucede en algunos lugares del país.
Es cierto que se gasta un poquito más de petróleo. Que quienes van para otro rumbo perderán algunos minuticos de más. Hasta quizá que el pavimento relativamente bueno del perímetro vial de la Universidad de La Habana se deteriore más rápido y haya que repararlo con mayor asiduidad.
Empero, la decisión tomada sobre las puertas de acceso al capitalino hospital Calixto García y los cambios de paradas en cuatro líneas de metrobuses para acercar a su destino a los centenares de personas que acuden a ese emblemático clínico-quirúrgico y a los miles de estudiantes de la Universidad de La Habana es un claro ejemplo de que cuando se quiere, se puede.
Primero lo oí por la televisión y la radio, y el domingo leí el asunto con más calma en el periódico Tribuna de La Habana. Amén de los reajustes, me quedé estupefacto al saber que entre 20 000 y 50 000 personas, según el día, trasegaban por el interior del hospital.
Casi siempre es para cortar camino. Hasta yo más de una vez usé el corredor entre la puerta del hospital en la calle G y su entrada principal o lateral en la avenida Universidad para ir al cuerpo de guardia o llegar a la biblioteca de la Colina a consultar algo, o salir más rápido a Infanta cuando estoy del lado oeste del Vedado...
Miles y miles de personas subiendo y bajando por una callejuela intrahospitalaria es una verdadera locura —ahora reparo en eso—, no solo para los pacientes que allí se recuperan, sino para sus familiares, para quienes van a Emergencia, para los trabajadores, hasta para el pipisigallo...
Según una de las dos informaciones sobre el tema publicadas por Tribuna de La Habana, el limitar solo a trabajadores y en horario laboral la entrada al Calixto por la calle G —además de todo lo relacionado sobre el acceso de autos y parqueo— fue una decisión de los «organismos superiores»... Supongo que del Minsap.
La otra nota, sobre los cambios de parada de las rutas P-2, P-11, P-15 y P-16, todos los cuales acercan al público tanto al hospital como a la Universidad, competió a la Dirección Provincial de Transporte.
No obstante, por lógica de Perogrullo lo que constatamos es una decisión concertada de varias instituciones, independientemente del «firmante». Un reajuste así no es tan sencillo (aunque lo debiera); involucra a muchos.
Hago esta acotación porque a veces la clave está ahí, en pensar entre todos la mejor respuesta a los problemas de la ciudadanía. Es un ejemplo de que siempre hay a la mano soluciones lúcidas y coherentes cuando se sabe y se desea.
Lo nuevo, empero, tiene su resistencia. El jueves decidí montar en todas las rutas en cambio y escuchar la opinión de los pasajeros. La mayoría —sobre todo cuando los P daban los nuevos giros por la Universidad— no entendía la decisión o estaba en desacuerdo.
«¡Y eso que están ahorrando petróleo!», ironizaba una señora en el P-2. «¡Qué locura, ya podríamos estar en el Malecón!», decía otro en el P-16... La información sobre las nuevas paradas y el cierre de la puerta de G del Calixto todavía no es bien conocida. Lógico. Recién empieza. Mas las opiniones contrarias poco a poco irán cediendo.
Los beneficios son incomparables. Favorecerán a miles y miles de capitalinos.
Yo hice complacido el trabajo de terreno, sobre todo cuando una joven con una niña en brazos me decía que «cosas así, bien hechas, son las que espera la población».
Sin embargo, no todo es perfecto. Llevo dos días yendo al Banco a cambiar 20 pesos en menudo para coger mis rutas habituales de guaguas, pero por las colas siempre termino dejándolo para otro día. Y en ninguna cafetería, restaurante, bodega, mercado, timbiriche... alguien te cambia un dichoso peso en medios o pesetas.
Tras la exploración, de regreso al periódico, y luego de montar las cuatro líneas de metrobuses por el tramo del Calixto y la Universidad en ida y vuelta, más las guaguas de conexión, más mi regreso a la redacción, había tenido que echar 12 «morocotas» en las alcancías, una por cada ómnibus. O sea, 12 pesos.