Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los números y el debate

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

Por esas casualidades que se dan a veces para que uno ande siempre pensando en lo que lo rodea, haciéndole emboscadas sucesivas a la pereza de las neuronas, hace unos días escuché un informe en el que, bajo una edulcorada reflexión, se enunciaba que «ya hemos ganado mucho en la cultura del debate», que los cubanos «ya hemos aprendido a discutir», y «aunque nos falta todavía, hemos avanzado en un porcentaje alto».

Ciertamente, por mucho que lo practiquemos, voluntaria o involuntariamente, casi a diario, suele ser una gimnasia de análisis poco legítima y carente de rigor mirar la vida con extremismo, creer que no cambiamos, más allá de que persistan de algún modo las incongruencias por las que nos preocupábamos ayer.

Sabe agresivo que se quiera destronar con señales derrotistas el optimismo potencialmente ilimitado del ser humano, su confianza en tiempos futuros, o cerrar el ojo para no captar con lente ecuánime la gradual visualidad de aquello que se transforma, quizá poco a poco, tal vez a un paso que no se corresponde del todo con lo que quisieran muchas personas.

Prefiero comenzar por ahí, dejando claro que no comulgo ni en broma con el desentendimiento más absoluto, con la absorbencia de no atinar a ver que, en casi todo, hay parte y parte, razones mayores y menores, afirmaciones más estampadas en la fe y otras completamente descreídas.

En principio, no costaría demasiado advertir hoy la voluntad por hallar formas cada vez más aprovechables desde la lógica y la lectura bien argumentada del ciudadano, en una Cuba en movimiento, austera y perseverante, que se teje a esta hora, destejiendo paulatinamente centralismos y cruces verticales que obstruían ciertos caminos hacia la salvaguarda de un proyecto inédito en esencias y hasta en acciones.

No se trata de un impulso rumbo a cualquier cuestionamiento, guiado por el entusiasmo atrevido de unos, y no de otros, sino que se sustenta en una intención compartida —diría que hasta exigida— por el propio Raúl en más de una ocasión en los últimos años.

Interesa la diversidad de propuestas, un pensamiento más desencartonado que contrarreste el «esquineo» complaciente, el acatamiento más servil, el «sí, estoy de acuerdo, y luego acabar diciendo “para qué lo voy a decir si todo va a continuar igual”». Claro, sobre estas posturas pesan desidias acumuladas como sedimentos negativos de una cultura medianamente lograda que se fue casi a bolina en tiempos bien difíciles, no porque estos ya no lo sean.

Y si algo importa hoy es precisamente la posibilidad de involucrar, llamar, extender, buscando neutralizar el contrapeso de esas herencias nefastas tendidas sobre la indiferencia, con gente que exponga y proponga. Sí, porque a veces conquistamos el aplauso eufórico por la crítica que se da bien y es invariablemente salvadora, orientadora, y nos orillamos entonces a la hora de formular una posible solución, o una salida rectificadora o nueva.

Siempre será oportuno saber lo que se quiere, lo que se necesita. Ahora bien, lo que sí no me parece atinado —más allá de la cuestionable complacencia— es que le confiemos a un informe un valor cualitativo que no tiene por qué expresarse desprovisto de ejemplos, casos, ilustraciones vivenciales, si es que se tienen.

¿Cómo examinar debates o posturas polémicas sin referirnos a calidad, temas, intereses o el valor de las argumentaciones de esos criterios encontrados? Y ha de quedar claro: no es el debate por el debate, la discusión por la discusión, pues expuesto y delineado así, suena a cacareo sin sentido, a chancleteo embarazoso, a porfía barata. Lo importante estriba en lo que resulta de la discrepancia, lo que trae consigo el punto diverso, el giro desde otras visiones. Desde luego, eso de que «ya hemos aprendido a discutir», como si habláramos de una asignatura base en la educación general del cubano, bien pudiera ser asunto de otro comentario.

En cualquiera de los casos, hubiera optado por escrutar a la gente en sus escenarios de vida como el mejor «debatómetro», procurando un instrumento que arroje sus medidas en propuestas, opiniones y estados de ánimo. Nunca en bajos o altos porcentajes.

Pero hay una verdad en lo escuchado que de alguna manera equilibra el valor del contenido leído. Y es que aún nos falta mucho por avanzar, por conseguir en el cultivo de esa auténtica cultura del intercambio como algo legítimo, natural, que no sea motivo de destaque en un informe, y mucho menos la reducida expresión de un número, erróneamente alto.

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