El África de mañana debe tener, entre sus principales cimientos, el de la unidad continental y el rescate de su identidad, tan maltratada y vulnerada por el discurso racista hegemónico. Cuando Kwame Nkrumah, Gamal Abdel Nasser y Modibo Keita, entre otros líderes del continente, firmaron el 25 de mayo de 1963, la carta constituyente de la Organización de la Unidad Africana (OUA), devenida en julio de 2002 en la Unión Africana (UA), muchos de sus países estaban aún bajo el dominio colonial.
A partir de entonces, la OUA fue un impulso a las luchas independentistas y en su seno encontraron asidero las más hermosas ideas humanistas. El organismo también condenó al régimen segregacionista del apartheid que amenazaba tragarse al sur de África.
Cincuenta años después del nacimiento de ese gran proyecto integracionista, el continente es libre del colonialismo, pero sigue arrastrando males y flagelos heredados de la más cruel explotación capitalista a la que se ha sometido a ningún pueblo en el mundo. Heridas que siguen abiertas porque las potencias europeas y el neocolonialismo abortaron con su injerencia, presiones y chantajes, grandes proyectos nacionalistas, de rescate de los recursos naturales, y sobre todo de la dignidad africana.
Europa, que no se acostumbró a dejar de pensar en África como su posesión más preciada, siguió apostando a las divisiones ideológicas y al desgajamiento de un continente, cuyos líderes comenzaban a vislumbrar como una sola tierra.
Ante tal escenario, y partiendo del papel positivo que jugó la OUA y heredó la UA a partir de 2002, el proyecto integracionista africano aún tiene grandes retos que cumplir, de manera que el continente alcance la transformación socioeconómica favorable y necesaria para que acaben los conflictos que la desangran, fomentar la seguridad y el bienestar de sus pueblos.
Para ello, los países africanos deben mirarse más hacia dentro y a sus vecinos de manera que pueden encauzar mecanismos de integración que tengan en cuenta las necesidades reales de sus economías y sociedades y puedan emprender intercambios de beneficio mutuo. Experiencias de este tipo en el Sur vienen dando muy buenos resultados.
Más allá de las fronteras africanas, América Latina y Asia constituyen un destino al que el continente puede encauzar con mucha más fuerza sus vínculos internacionales, de manera que puedan diversificar sus relaciones políticas y económicas internacionales, insertarse con mucho más peso en la economía mundial y depender menos de modelos de relaciones e intercambio tradicionales con Europa y Estados Unidos, que no tienen en cuenta las necesidades africanas.
Avanzar en este camino les permitirá también diversificar sus economías, muchas de ellas dependientes de los ingresos por la renta petrolera. Se impone la concepción de «sembrar el petróleo» con el objetivo de impulsar el desarrollo de la agricultura y la ganadería en un continente con graves problemas de inseguridad alimentaria.
La UA avanza en su institucionalización, de manera que podrá materializar con mayor efectividad propósitos y proyectos. En ese sentido, un paso importante dado en la XXI Cumbre celebrada en Addis Abeba fue el compromiso de impulsar la creación de una fuerza militar continental, un paso que venía discutiéndose hace muchos años sin llegar a concretarse. Según lo acordado en la reciente cita, este cuerpo tendrá como objetivo el propio de la UA: «responder a los problemas africanos con soluciones africanas».
Con la creación de sus propias fuerzas armadas, el continente podría enfrentar sus conflictos sin necesidad de acudir a las tropas de potencias como Estados Unidos y la Unión Europea, lo cual abre las puertas a una mayor injerencia de estas naciones en los asuntos internos africanos.
Esto se hace imprescindible cuando se desarrolla la denominada «guerra global contra el terror», impulsada por Washington, que tiene a África entre sus principales escenarios, por las enormes riquezas y la posición geoestratégica del continente.
El presente y el futuro de África les pertenecen a los africanos. La integración y la unidad son los únicos caminos que tienen sus 54 naciones para hacer frente a los complejos desafíos, algunos históricos, en medio de un contexto internacional actual tan adverso. Potencialidades económicas y humanas sobran. El cauce está en la consolidación de la voluntad política nacionalista de sus Gobiernos, y en los ideales del panafricanismo que legaron los padres fundadores de la OUA.