No sabría decir si aquello era una receta culinaria sui géneris. «A los hombres hay que hacerlos picadillo», era la frase que se escuchaba en la eufórica letra musical de un conjunto meramente integrado por féminas.
La antesala de la canción resultó no menos «interesante»: «Este es un disco feminista, que defiende a las mujeres», se ufanaron la directora del conjunto y el productor musical.
¿Esto deviene, en verdad, igualdad de género, feminismo, lucha por el reconocimiento de la mujer en la sociedad?
En una época donde decir niñas y niños se ha vuelto usual dentro de los medios de comunicación, vinculados a cómo lograr una equidad de género, no se debe interpretar el fenómeno solo como el empleo de modificadores de sexo, la mayor inclusión de féminas en puestos laborales o el aumento de la masa dirigente femenina, y menos confundir con agitar semejantes «estribillos musicales».
La equidad de género se representa en el respeto a los derechos de todos y todas, en la tolerancia a nuestras diferencias. Mujeres y hombres del mundo encaran esa lucha para lograr el correcto trato para ambos, sin desigualdades.
Si bien parece justo emprender acciones que concreten tales fines, preocupa la asunción de un ¿feminismo? desmedido, que lejos de buscar equidad solo pretenda agenciar un cambio de poder.
Las mujeres debemos hacer valer nuestro lugar, nuestra voz, capacidades, conocimientos, pero sin minimizar a los hombres, mucho menos prescindir de ellos… y ni hablar de hacerlos picadillo.
La idea debe congeniar el cambio de las concepciones patriarcales con el logro de la igualdad, no ir a un traslado a métodos matriarcales. Luchar contra la violencia a la mujer, contra las desigualdades sociales en género, no significa justificar la nuestra.
Quizá muchos no concuerden con estas ideas, pero nada hacemos en seguir con el mismo mono, y solo cambiarle el collar. Queda mucho por hacer en el plano de la igualdad, que debe entenderse más allá de una apertura de opciones laborales y la posibilidad de cumplir funciones antes contempladas solo para hombres.
No debe confundirse con ausencia de camaradería hacia los hombres, o con ansias femeninas de situarse en un escalón por encima de estos, y mucho menos con posturas despectivas en productos culturales solo para justificar y contraatacar la versión banal y sexista usualmente diseñadas para las mujeres.
Equidad significa eso, igualdad, con el fin de que todos poseamos la libertad y espontánea capacidad de decidir de manera efectiva sobre nuestras condiciones de vida.
Que la decisión personal de tener una vida sin hombres, en cualquiera de los aspectos e índoles de convivencia, sea un deseo de satisfacción, no de protesta ante el dominio de estos. No confundamos nuestra lucha con el falso objetivo de derrocarlos porque han obrado mal con nosotras. Sería como caer en sus propios errores.
Pugnar por la equidad no debe convertirse en una disputa de poderes. Resulta imperioso, especialmente, iniciar una nueva mentalidad, y comenzar a vernos como seres complementarios, con ansias de transformación y cambio.
No se trata entonces de jugar a ser malas como ciclones, hacer picadillos de hombres, o puré y fufú de ejemplares masculinos. Se necesita promover la participación equitativa, no asumir la diferencia de sexo como un obstáculo y potenciar estrategias encaminadas a ofrecer igualdad de oportunidades, más allá de dudosas asunciones radicales y sospechosas recetas culinarias.