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EE.UU. y Rusia: ¿puntos coincidentes respecto a Siria?

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

El acuerdo adoptado esta semana entre Rusia y Estados Unidos para exhortar al Gobierno sirio y a los grupos armados que combaten contra el presidente Bashar al-Assad, a dialogar por una salida política y negociada de la crisis, enfrenta los mismos escollos de iniciativas anteriores, auspiciadas por Naciones Unidas y la Liga Árabe, y que resultaron en fracaso.

Washington y Moscú concluyeron que la base para llegar a una solución es el Acuerdo de Ginebra, adoptado en junio de 2012, un plan aprobado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, además de Turquía, Qatar, Kuwait e Iraq, y que prevé el cese del terrorismo y las acciones armadas y el establecimiento de un diálogo político nacional que derive en un proceso de transición.

En ese momento, EE.UU. tergiversó el espíritu de lo acordado, y exigió la renuncia inmediata de Al-Assad, a pesar de que la hoja de ruta no se pronunciaba sobre la suerte del mandatario sirio. También siguió insuflando energías a los antigubernamentales armados para que rechazaran las amnistías ofrecidas por Damasco y continuaran sus acciones, y no detuvo el suministro de mercenarios y material bélico llegados con el concurso de financiadores en la región.

Ahora, Washington repite sus pasos: asegura que el mandatario sirio debe quedar al margen de cualquier ejecutivo de transición, una exigencia que hasta el momento Damasco no acepta.

Ante esta postura para nada constructiva, el canciller ruso, Serguei Lavrov, insistió otra vez en que la salida del poder de Al-Assad no debe ser una condición previa al inicio de las negociaciones de paz.

Este es el punto en el que no se ponen de acuerdo Moscú y Washington: los rusos no quieren intervención ni injerencia extranjera; pero los estadounidenses meten sus narices, y hasta el cuerpo entero, para lograr una transición política favorable a sus intereses geoestratégicos (aumentar el cerco contra Irán y sacar del camino a una Siria aliada de Rusia).

Se hace difícil creer que el supuesto acercamiento de posturas entre Estados Unidos y Rusia —presentado por los medios— pueda tener un resultado positivo.

Para ser creíble su intención de propiciar un diálogo nacional sirio, Washington tendría primero que detener su asistencia a las bandas armadas, y exigirles lo mismo a sus aliados de la región.

De lo contrario, no se contendrán el terrorismo y las operaciones militares, ni podrá despegar el arreglo político, que debe realizarse teniendo como brújula la construcción de una Siria más democrática y no una administración satélite de los intereses occidentales, lo que sería nefasto para el equilibrio de fuerzas en la región, y para una solución justa del conflicto israelo-palestino, esencia de la inestabilidad regional.

Pero al parecer, a EE.UU. le preocupa mucho que Al-Assad esté en un gabinete de transición, porque una vez acabado el enfrentamiento, el Presidente sirio estaría en mejores condiciones de implementar las transformaciones políticas, económicas y sociales a las que aspira la nación.

Un nuevo Gobierno salido de la voluntad popular expresada en las urnas, aun sin Al-Assad, podría seguir creyendo en una Siria no alineada a los intereses imperialistas.

El nuevo plan de paz debe ser decidido a finales de este mes en una conferencia internacional que quieren preparar Washington y Moscú, y sobre la que varios actores como la ONU y la Unión Europea han expresado su beneplácito.

¿Acaso EE.UU. le ofreció a Rusia, o lo hará en la próxima reunión, respetar los intereses de Moscú a cambio de que este le garantice a la Casa Blanca que habrá una Siria sin Al-Assad? En la balanza de Washington, ¿qué pesará más: verse implicado en un escenario similar al iraquí o renunciar a exigencias injerencistas? ¿Podrán EE.UU. y Rusia, con muchos intereses opuestos en Siria, llegar a una hoja de ruta para la paz que satisfaga a ambos y cuente con la aceptación del Gobierno de Damasco?

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