Desde hace ocho años, Juan Bermúdez vive con una enfermedad poco común, un síndrome mieloplástico de médula ósea que le provoca una anemia refractaria y lo obliga a depender de sangre ajena para sobrevivir.
Lo conocí en un recorrido de trabajo por Melena del Sur. La palidez de sus labios y el aire fatigado delataban el malestar, pero él se esforzaba por mantenerse al tanto de sus obligaciones laborales.
«Mañana voy al hospital, ya necesito sangre», dijo a sus compañeros, y sin conocer el trasfondo del asunto me atreví a bromear con él: «¿Quiere de la mía? Es O positiva y está limpiecita: yo la chequeo cada cuatro meses».
«También soy O positivo, ¡por suerte! porque con la cantidad de bolsas que me ponen al año no quiero ni pensar que me haría con uno de esos grupos rarísimos», dijo sonriendo, y entonces me contó de su enfermedad, las horas que ha dedicado a investigar sobre ella, la fe que tiene en su hematóloga y demás especialistas que lo han visto en la capital, y de cómo sus familiares sueñan con una solución radical porque el exceso de transfusiones siempre implica un riesgo de incompatibilidad o infecciones.
Hablando con Bermúdez recordé a Yuniesky, un asmático cuyas crisis lo lanzan de cabeza al hospital provincial de Santa Clara con tanta frecuencia que, en el pasado censo de población, le sugerimos inscribirse por ese, su segundo «hogar». Si toda la sangre recibida por el Yuni y todo el interferón que necesita su sistema inmunológico se hubieran marcado con distinto color por cada donante involucrado, sus venas serían un mosaico digno de Amelia Peláez.
Y si hablo de sangre tengo que hablar de Moreno, el decano de los fotorreporteros de JR, quien me pidió una donación para operarse hace algunos años, y aunque no emplearon directamente la mía (cada bolsa lleva un estricto proceso de cuarentena), nadie le quita de la cabeza que ahora somos casi parientes por parte de ese tejido...
En toda esa gente pienso cuando pinchan mis brazos tres veces al año (venas anchas, qué suerte), y hasta envidio a aquellas personas cuyos cuerpos funcionan como laboratorio natural para producir vacunas, como la que necesitan las mujeres con factor Rh negativo después de cada parto o aborto para prevenir futuros inconvenientes. Son donantes sometidos al programa de plasmaféresis y donan más de diez veces en el año, según las necesidades de la industria.
¿Y en quiénes piensan Dalia Puerta y Luis Enrique González al entrar al consultorio habilitado como banco de sangre en Regla? En un acto del Destacamento Municipal de Donantes les pregunté, y me contestaron que en la madre. Pero no porque Siurys Suárez esté enferma, sino porque ha sido el ejemplo inspirador para ambos hermanos.
Esta familia vive en la zona 33 de los CDR de Regla. Siurys empezó a donar hace 11 años, su hijo la siguió hace seis y la joven se sumó un año después. Hasta ahora no han sufrido que un ser querido esté esperando por una transfusión, pero saben que siempre hay alguien en algún sitio del país que agradece ese ratico en el que dejan de pensar en sus propios dilemas para dejarse extraer el fluido vital, reposar un poco y luego volver a la faena diaria.
También yo me embullé de niña, acompañando a mi padre, y he llevado a mi hijo a observar para que le pierda el miedo, pues aunque algunos auguran el fin de ese acto de altruismo por el auge de las crisis, el envejecimiento poblacional o el desarrollo de productos sintéticos, no creo en tales vaticinios.
Cada nación debería garantizar su relevo de donantes, y el primer paso es conocer mejor desde la infancia ese tesoro particular que es nuestra sangre para aprender a valorarla mejor, a cuidarla y compartirla. ¡Es sorprendente la cantidad de personas que ignoran su grupo sanguíneo, o si tienen o no factor Rh!
Un procedimiento tan sencillo y valioso a la vez, ¿por qué no se incluye como servicio de rutina en bancos de sangre y policlínicos comunitarios? Un pinchazo en el dedo y unas gotas de reactivo harían que más gente conociera lo que puede dar o recibir en cualquier circunstancia.
Eso también es cultura y es parte de nuestra identidad. En mi familia, por ejemplo, todos somos O positivo. Cruzo los dedos porque ningún vampiro me esté leyendo ahora, pero me alegra que Bermúdez lo sepa, por si nos necesita.