Primer acto: Yo. Segundo acto: Yo. Tercer acto: Yo. Cuarto acto: Yo. Quinto acto: Yo. Sexto acto: Yo. Séptimo acto: Yo. ¿Cómo se llama la obra? Las siete maravillas del mundo.
No, no se rían. El chiste no es un chiste. Esta exageración no es exagerada. Este invento es verdadero. Va más allá del antiguo trauma de Narciso de permanecer frente al espejo del agua contemplando su propia belleza. No se llama narcisismo. Su nombre es egoísmo.
Sabe disfrazarse poco porque la modestia y la prudencia nunca lo acompañan. No puede pasar inadvertido porque no sabe estar en silencio. Gusta de andar por ahí proclamando lo ¿mejor? que sabe hacer. Se cuela delante de bastones o yesos para entrar primero a las guaguas, termina su trabajo primero que nadie porque atropella a todos los que pasan por su lado y sonríe para ti siempre que signifiques un paso de avance en la consecución de su anhelo.
El egoísta se disfraza de egoísta. No sabe hacer otra cosa. Ni siquiera puede esconder sus intereses. No esboza una estrategia porque solo tiene tiempo de pensar en él, después… en él y luego… en él.
Pero no todo es fiesta en la casa de ese que solo dedica su vida a sí mismo. Porque, aunque se ahorre las dificultades de lidiar con diversos caracteres; aunque concentre todas sus fuerzas tan solo en sus miniproblemas de egoísta; aunque le sobre el tiempo porque no lo «malgasta» con el vecino o la familia; aunque viva a plenitud porque le sobran recursos para mimarse… el egoísta tiene un gran problema.
Quizá no lo advierte porque cree que es parte de su felicidad. Mas puede que lo descubra cuando una madrugada despierte en su cama: el egoísta está solo. Para su gusto. Para su desgracia. Porque el yo no alcanza para vivir esta vida. Se necesita de tú, de él, de ustedes, de nosotros. Pero el egoísta aún no lo sabe. No hay nadie que se lo diga. Porque el egoísta no tiene amigos.