El hogar es la patria más chica y soberana que tenemos. Ningún otro lugar nos reporta esa paz tantas veces necesaria, y en él nos sentimos tan seguros que somos capaces de recorrerlo con los ojos cerrados —por grande o pequeño que sea—, sin temor al tropiezo.
Tal vez no tenga mucho que ver, pero alguna de esas nociones pudieran vincularse al mundo deportivo, en el que jugar en patio propio y ante los suyos, siempre aporta una ventaja. Psicológica, pero ventaja al fin.
Entonces, parto de esta aseveración estadísticamente probada para señalar una de las pequeñas manchas que sobreviven al más reciente amanecer del béisbol cubano: la nueva estructura de la Serie Nacional.
Cualquier torneo que presuma de legitimidad, debe cumplir con el principio básico de que cada participante compita en igualdad de condiciones. Y no es posible que en esta edición de nuestro pasatiempo nacional todos los equipos experimenten las mismas sensaciones, cuando unos tienen el privilegio de jugar ocho subseries como homeclub, y otros solamente siete.
Para cumplir todas las exigencias, entiéndase representatividad equilibrada y concentración de la calidad en un mismo campeonato —y todo eso regido por un estricto marco económico—, hubo que rediseñar la arquitectura de nuestro béisbol. La «accidentada» salida de Metropolitanos y la división del torneo en dos para «eliminar» a la mitad de los candidatos fue la variante elegida, y con ella desaparecieron casi 300 partidos del antiguo calendario. Sin dudas, eso significa un ahorro sustancial.
Pero, ¿hasta qué punto habría comprometido las cuentas la programación de un partido más para cada equipo frente a todos sus rivales? Habría que «darle taller» a la conveniencia de aumentar las subseries particulares a cuatro partidos, y que cada equipo juegue dos fuera y los otros en casa. ¿Máxima austeridad o equilibrio para todos?
Por como quedaron las cosas, el nuevo entramado tiene algún que otro «salidero» que se pudiera corregir. A saber, durante este primer tercio de campaña suman un aproximado de 88 jugadores de posición que, o no han debutado, o tienen menos de cinco comparecencias al bate. Y eso da un promedio de cinco peloteros y medio por elenco.
Entonces, ¿por qué no jugar la primera parte con nóminas de 27 jugadores, y luego llevarlas a 32 con la polémica obligatoriedad de los cinco refuerzos? ¿No ayudaría esto a equilibrar también la balanza presupuestaria y evitaría a los managers prescindir involuntariamente de uno de los suyos?
Reconozco que son solo ideas que si bien no pretenden ser absolutas, aspiran a tener oídos receptivos. La opción de beneficiar el próximo año a los ahora perjudicados no me parece la más factible, pero ¿sería justo negarles esa posibilidad en aras de nivelar el panorama?
Hay mucho que pensar y calcular para que todos tengan la misma posibilidad de articular aquella placentera frase de «Hogar, dulce hogar».