El artículo La verdad de las bebidas deportivas, aparecido en una de las ediciones de julio de 2012 de la Revista Médica Británica (British Medical Journal), me llevó a dilucidar en sus líneas cuán cierto puede ser el mito que muchos han levantado en torno a los «milagrosos líquidos».
Las bebidas deportivas (también conocidas como bebidas para el deporte) entran dentro de la categoría de las «no alcohólicas», y contienen cantidades variables de azúcares, electrolitos, minerales y saborizantes.
Deben su existencia al doctor Robert Cade, nefrólogo de la Universidad de Florida, quien, en la década de los sesenta del siglo XX concibió la primera, y a la vez, la más famosa bebida de este tipo.
Encaminada principalmente al alivio de la deshidratación experimentada por los atletas del equipo de fútbol americano Florida Gators (Caimanes de Florida), posiblemente el facultativo no concibió la nueva poción como algo que acaudillaría desde sus orígenes un nuevo mercado, el cual sería muy lucrativo a la postre.
Será para muchos una sorpresa conocer que el nombre de esta nueva fórmula fue Gatorade: un acrónimo derivado de la combinación de las primeras letras de Gators y las últimas del apellido de su inventor.
Pasaron los años y la marca registrada llegó a nuestros días después de ser conquistada en el 2001 por la poderosa PepsiCo. También surgieron impetuosos contendientes como los conocidos Powerade y Lucozade, de las compañías Coca Cola y GlaxoSmithKline, respectivamente. Todas ellas, amparadas en sus altisonantes nombres, colman los crecientes mercados con pronósticos de ventas multimillonarias.
El éxito de este tipo de industria se debe principalmente a una idea publicitaria: «Su consumo es esencial para el acondicionamiento de los atletas». Los gestores buscaron el respaldo de la ciencia y para ello crearon organizaciones que investigan los posibles beneficios de los productos.
En esta carrera también exploraron cualquier forma de promoción. Y en efecto, tal como las empresas farmacéuticas han creado líderes de opinión en médicos renombrados, las compañías de bebidas deportivas procuran trabajar con gimnasios e instructores deportivos, así como con el apoyo de diferentes organizaciones y colegios médicos.
Pero el empuje de la industria no solo se ha centrado en los deportistas de alto rendimiento. También se ha extendido a la población en general —incluyendo niños y adolescentes, con el fin de animarlos al consumo.
Las pruebas actuales no son capaces de demostrar al ciento por ciento que las bebidas deportivas son del todo inocuas para la salud. Se debe tener en cuenta que pueden existir muchas informaciones ocultas o falseadas en las publicaciones, donde no se declaran conflictos de intereses.
Además, empezaron a reportarse asociaciones peligrosas, sobre todo en los niños y adolescentes. Para los niños con dietas apropiadas no se justifica el aporte extra de calorías y sales durante el ejercicio, por lo que las bebidas deportivas no muestran ninguna ventaja con respecto al agua natural.
Por otra parte, los azúcares pueden aumentar el riesgo de un aporte calórico excesivo y el desarrollo de sobrepeso y obesidad.
A todo lo anterior hay que añadir otro evento adverso: El deterioro que estos «milagrosos líquidos» producen sobre el esmalte dentario. Todas estas bebidas —sobre todo Gatorade—, tienen mucha acidez (ph entre 3 y 4) y contienen ácido cítrico. Ambas particularidades son capaces de desmineralizar el esmalte y provocar un fenómeno que los estomatólogos denominan como erosión dentaria.
Por todo lo anterior, la recomendación es bien clara para los padres: Nada mejor que el agua natural. Y nada mejor, en fin, que una mirada atenta gracias a la cual quede definido el límite entre lo verdaderamente beneficioso, probado seriamente por la ciencia, y aquello que casi deslumbra por los destellos de la publicidad.
*Doctor en Ciencias Médicas y especialista de Segundo Grado en Medicina