Otra vez la broma pesada. Y no debiera sorprender, porque en la mayoría de las ocasiones, el Premio Nobel de la Paz ha recaído en personajes bien distantes de ese propósito; por ejemplo, un Barack Obama recién asomado a la Presidencia, pero comandando dos guerras repudiables, que por cierto todavía continúan; o un Henry Kissinger hacedor del golpe de Estado contra el presidente chileno Salvador Allende, por citar una sola de sus «hazañas».
Ahora, el comité noruego del Premio Nobel de la Paz ha decidido que la Unión Europa es la ganadora por «su contribución al progreso de la reconciliación, la paz, la democracia y los derechos humanos en Europa».
La designación ha dejado boquiabierta a buena parte de la población del Viejo Continente, sometida a una crisis económica, social y política de envergadura que le ha apretado el cinturón, los ha llevado al desempleo, a los recortes de su otrora Estado de bienestar, con tijeretazos a la salud, la educación, los salarios, las pensiones, y no pare de contar…
Thorbjorn Jagland, quien encabeza ese Comité, alegó el rol estabilizador de la UE luego de la Segunda Guerra Mundial y su papel en la «unificación» de sus fuerzas nacionales componentes a través de décadas, lo que deja en duda si este señor conoce bien la historia de su región.
Mucho más cuando añadió que la institución que preside quiso «enfocarse en lo que se ve como el más importante resultado de la UE: su exitosa lucha por la paz y la reconciliación, y por la democracia y los derechos humanos. La parte estabilizadora jugada por la UE que ha ayudado a transformar a la mayoría de Europa de un continente en guerra a un continente de paz».
Dejaremos de lado las guerras que la Unión Europea ha acompañado en los últimos años —Iraq y Afganistán—, la injerencia de algunos de sus más destacados integrantes, como el bombardeo, destrucción y prácticamente fragmentación de Libia; o en el Sahara Occidental, negándole independencia y soberanía a una nación; o seguir tratando al África como si fuera su colonia, incluidas las más recientes discriminatorias contra los inmigrantes de esos pueblos. También en este acápite la lista pudiera ser mucho más larga…
Remitámonos solo a cómo tratan a sus nacionales. ¿Acaso forma parte de la conciliación las presiones sobre los Gobiernos de sus filas que han caído en recesión?, ¿contribuyen al progreso cuando les exigen que acogoten a sus pueblos para darles unos créditos que solo sirven para endeudarlos más con beneplácito de banqueros y financieros?, ¿será su concepto de derechos humanos, el que a la juventud se le cierre presente y futuro con tasas de paro que en Grecia y en España, por ejemplo, sobrepasan el 50 por ciento? ¿Y qué se puede decir de los reprimidos por las fuerzas policiacas durante las manifestaciones de protesta, un ejercicio de la libertad de expresión que no cuenta en el catálogo selectivo de capitalistas y oligarcas?
Aunque Jagland reconoció la existencia ahora de «graves dificultades económicas y problemas sociales considerables», simplemente, él y su grupo de selectos y nobilísimos, se mofaron del diario que a diario signa a todo un continente y lo sitúa al borde del abismo, léase un estallido social de consecuencias impredecibles. En Europa ya andan camisas pardas o negras, da igual el color, pero sí identificadas con las ideologías más retrógradas, intolerantes, discriminatorias y xenófobas que añoran aquella Europa hitleriana y fascista.
La controversia se ha destapado, y como cada vez el Premio Nobel de la Paz se aleja de los principios que enarboló su creador, quizá es hora de cambiarle el nombre por el de Premio de la Anti-Paz.