Puede que la democracia directa o en estado puro, como aquella que se dice practicaron los griegos antiguos, sea la mejor forma de tomar decisiones colectivas. Pero incluso en tan lejanos tiempos de Platón y Aristóteles, esa disposición a la consulta del pueblo —demos según el griego más arcaico— en aras de la armonía social, jamás encontró el consenso absoluto.
El éxito de cualquier idea, hasta en las intoxicadas democracias burguesas contemporáneas, va más allá del simple hecho de preguntar a todos. Solo en las posteriores medidas descansa la credibilidad del proceso.
Así, el pasado viernes, la Dirección Nacional del béisbol cubano respondió al llamado de los aficionados para cambiar la estructura de la Serie Nacional. Y lo hizo un poco tarde para mi gusto, aunque como coartada sirva la extensiva e inclusiva recopilación de propuestas que luego fueron evaluadas.
En solo un día no se puede medir el nivel de aceptación pública para con el rediseño del mayor espectáculo deportivo, y menos en la isla más beisbolera que ojos humanos hayan visto. Ahora, muchos aplauden el paso, agradecen el hecho de romper la inercia, estén o no incluidas en el proyecto presentado sus más pasionales aspiraciones.
Reconozco cuán difícil habrá sido «armar el muñeco» a partir de tantos criterios, pero sobre todas las cosas, lo complicado de articular con cierta urgencia un modelo perdurable a partir de conceptos que trascienden el mero espectáculo.
La afición exige buen béisbol, y para eso los próximos clásicos nacionales tendrían que ser más equilibrados. Pide que se concentre la calidad, pero no le gustaría completamente un campeón «blindado» con jugadores de otra comarca, ni le hace muy feliz la idea de que la mitad de los peloteros puedan quedarse «parados» en la segunda parte de la temporada.
Además, los directivos se ven en la obligación de atender cada sugerencia, sin que ninguna de ellas conspire contra el plan mayor, el de que las futuras selecciones nacionales recuperen su competitividad, que es en definitiva, la misma aspiración de todos los cubanos.
Sin duda, una ecuación casi insoluble, sobre todo cuando el despeje de cualquier variable está regido por un estricto marco económico que no deja mucho margen a la imaginación, e influye en la implementación o no de ingeniosas propuestas.
Inconformidades aparte, hay que aceptar que se hicieron cosas muy necesarias como dar las mismas posibilidades de participación en igualdad de condiciones a todos los territorios, aun cuando esto necesite otras medidas que mitiguen los «daños». Eliminar las distinciones geográficas en el sistema de competencia fue otro avance trascendental.
Quedan muchos pasos por dar, algunos más urgentes que otros, todos consultados, debatidos y defendidos con pasión por aficionados, especialistas y directivos, en fin, por el pueblo. Aunque como buenos cubanos, en temas beisboleros nunca nos pongamos de acuerdo.