La amante misteriosa se escurre entre las líneas del horizonte. Nadie la vio nunca. Husmearon sus huellas en las mañanas, pero el rastro se perdía, una y otra vez, y los intrusos chocaban contra muros que jamás existieron o daban vueltas en círculo. Su perfume aún rodea la estatua.
Se enamoró de él hace mucho tiempo, y todavía se acomoda junto a la ventana, enciende el tocadiscos de su padre y lo recuerda, besándolo en la distancia. Es fiel a la memoria y él le corresponde saliendo de entre las notas e invitándola a bailar. Así transcurre la noche y nadie sospecha lo que sucede dentro de aquella casa.
La noticia de la muerte de su amado la sorprendió, quizá, lavando algunas ropas, que debieron caérsele al suelo y hacer un estruendo enorme, o tal vez se despertó agitada sobre la cama y lo lloró de inmediato. Recuerda el funeral bastante a menudo, y renacen las imágenes del pueblo entero inundando las calles con el alma deshecha.
Ella le advirtió sobre lo terrible de aquella afición por la bebida, miles de veces, pero él apenas agitaba el bastón, golpeaba el suelo al ritmo de alguna guaracha y disolvía las palabras de ella en el mismo vaso de ron. Pasaban meses sin verse y ella soñándolo, conociendo de sus esposas por los diarios y de sus éxitos en el extranjero por la radio.
No pasó un solo día sin que ella rezara hasta el cansancio a los santos, les pedía compasión, compasión y un milagro, luego soltaba el humo del tabaco y se persignaba ante la foto de él. Quizá por eso, él compuso sin límites y sin conocer absolutamente nada de música, quizá por eso, llegó a ser el Bárbaro del Ritmo, y eso tampoco nunca nadie lo supo.
La amante lo fue en un principio y lo será por siempre. El día que trajeron la estatua ella vigiló las maniobras desde el inicio. ¡Se parecía tanto a él!, que estuvo sollozando el resto del día. Cuando lo plantaron en el cemento, en el Prado, ella tuvo alucinaciones benditas y renovó sus votos ante los pies rígidos. Ella ama al cobre tanto, o más, que como lo amó a él.
Todos los días, o casi todos, los que miran un poco más allá de lo común y se apartan del consumo de la cotidianidad, verán la sombra de la amante junto a la estatua. Ella tuvo que esperar algunos años, pero al fin es la novia, única, al fin él la conoce y se dan besos bajo la frialdad de las noches. Y ella, como acto pleno de amor eterno, le deja, entre el bastón y la mano, unos girasoles.
El misterio nos intriga a muchos, que nos preguntamos quién será la amante de la estatua del Benny en el Prado de Cienfuegos, pero lo cierto es que poco importa, basta con las flores.
Quizá un día, cuando a ella la sorprenda el tiempo, la encontremos con el tocadiscos, tendida al lado de su amado, encima del polen; y con mucha suerte, cuando vengan los médicos, un color cobrizo le estará subiendo desde los pies.