Tal parece, en estos tiempos, que hemos nacido de a dúos, tríos y hasta en partos múltiples. La sociedad puja el «nosotros» a puro grito de recién parida, y así lo asumimos, y a veces peor, nos lo creemos.
Para determinadas situaciones, de diferente índole, se articula un «nosotros» que, lejos de emplearse como símbolo de igualdad suprema en un proyecto pensado con todos y para el bien de todos, es muleta, en algunas ocasiones, de la evidente evasión de responsabilidades.
«Nosotros asumimos que esa era la solución»… «Nosotros pensamos que había que hacer esto»… «Nosotros nos adjudicamos toda la responsabilidad»… «Nosotros tenemos que cambiar»…
Ya no es tan solo la consigna de la equidad de oportunidades; se convierte, en no pocos casos, en apoyo del discurso a veces dogmático, en el resguardo seguro de la individualidad culpable, en el regazo oportuno donde esconder los errores propios.
Ya lo decía el gran maestro Eduardo Galeano: «Somos todos responsables, y la generalización absuelve: si somos todos responsables, nadie lo es».
Se emplea con frecuencia en diferentes espacios, canales y sujetos. En la reunión del sindicato, en el encuentro de padres en una escuela, en rendiciones de cuenta del delegado, en informes de balance anual…
Se aplica tanto el pronombre para homologar a la población toda, que en la misma medida en que participamos de las riquezas sociales del país, compartimos también las culpas y los errores, aunque sean ajenos.
Y es que el «nosotros» genera otros «nosotros» y más «nosotros», que se ocupan de envolver, en el papel de regalo de la ambigüedad colectiva, la ineficiencia individual.
Con este se fabrica el inexacto lenguaje de las exhortaciones a «pagar el plato roto todos», cuando sabemos bien, con nombre, apellidos y carné de identidad, quién ha tirado la vajilla al suelo.
En términos de corrupción, de manipulaciones, de deslices económicos, el lenguaje del «nosotros» en determinadas situaciones ahoga, exprime la naranja y vuelve inmunes a quienes lo emplean en nombre de una falta personal.
Los torrentes de palabras crean alocuciones bellas, pero vacías en ocasiones. A esa vacuidad que paraliza opongamos la horizontalidad, la voluntad de compartir, implicar... Quizá con esto vean la luz, de una buena vez, datos ocultos que bajo el «rodeo» del «nosotros» hacen a muchos pagar las consecuencias de las fallas de algunos.
¿Acaso malversamos fondos? ¿O brindamos mal un servicio público? ¿O no sabemos dirigir una empresa? ¿O maltratamos al cliente? ¿O no controlamos la calidad de los productos alimenticios? ¿O llegamos tarde a las actuaciones artísticas? ¿Quiénes en realidad somos, o en todo caso, son «nosotros»?
Nos toman el pelo al ponernos a todos en el mismo saco; el «nosotros» es sinónimo de imprecisión, y algunos lo engatusan bajo el discurso de la equidad o la modestia; ni que las culpas se dividieran a partes iguales.
No son más que justificaciones disfrazadas de colectividad, que al final son sordas al clamor social y ciegas ante el verdadero compromiso político que exige Cuba.
Nadie está atado a nadie por la cintura, y menos cuando se trata de asumir incumplimientos. No confundamos más el «nosotros», con tal de que «nadie» sea responsable.