Un lector en la web dice querer «hacérmela fácil, y darme unas palmaditas», tras publicar una columna el pasado domingo (Se esperan «resiembras»), en la cual abordé la importancia de la decisión del Consejo de Ministros de revisar lo establecido en el Decreto-Ley 259, para estimular el asentamiento definitivo de los productores agrícolas.
El cibernauta no comparte la idea, defendida por este redactor, de que dicha disposición puede abrir una excelente oportunidad de «recampesinar» nuestros campos; si profundizáramos en la pertinencia de entregar las tierras de por vida, y ahora agrego: con la posibilidad de traspaso a descendientes y hasta de cooperativizarse, si las circunstancias y la libre voluntad así lo aconsejaran.
«¿Fumigamos con avionetas, plátanos, yuca y arroz, juntitos? (una avioneta fumigando en microparcelitas mueve a risa). No podemos. Cada usufructuario siembra “cositas” diferentes. ¿Unimos las parcelitas en grandes latifundios monocultivados, para poder fumigar?, he ahí un dilema. Veamos otro ejemplito: con las cosechas, ¿“metemos” una cosechadora de arroz dentro de una parcela rodeada por dos platanales y dos guayabales?», se cuestiona.
Y termina con una tajante afirmación: No se cuál preguntita es más difícil, pero sí sé que con pequeños «propietariousufructuariocooperativistas», o como se les llame, no vamos muy lejos, aunque sí podemos erosionar el terreno cultivable en pocos añitos, y a esto le tengo pavor: remember Haití. Ya lo digo: el brete es grande y propenso a malas decisiones…».
Las consideraciones de este lector me hicieron recordar el sensible y enriquecedor intercambio que sostuve en este espacio con un estudioso de nuestra economía.
Este se manifestó preocupado por el contenido que ofrecí al término «recampesinar», y la importancia que le adjudiqué al Decreto-Ley 259, que no es poca en su opinión, tendente al minifundio, al trabajo individual. Desde su consideración, la agricultura, como el resto de las actividades humanas no prospera, ni consolida la economía de un país, menos en el socialismo, a través del trabajo individual.
«Este ahora solo es paliativo circunstancial y transitorio y puede generar valores, vicios y otras lacras de una sociedad en transición hacia el capitalismo, nunca al socialismo…» dijo el especialista.
En ambos opinantes pervive el prejuicio, o las suspicacias contra la existencia de un tradicional sector de propietarios individuales —sean o no campesinos— en la nación. Incluso se oponen a su fomento con las decisiones renovadoras de la economía.
Con esos criterios pudiéramos levantar algo así como minifundios del infundio —para no decir de lo infundado— en medio de una sociedad empeñada precisamente en sacudirse de las distorsiones y las consecuencias que semejantes ojerizas le acarrearon en estos años.
Ese tipo de valoraciones ignoran, como ya he apuntado, que la Revolución corrige ahora algunos de sus errores de idealismo y de voluntarismo, los mismos reconocidos transparentemente por Fidel en su diálogo con Ignacio Ramonet. Sencillamente —admite el líder de la Revolución— deben coexistir tantas formas de propiedad como las que contribuyan a la construcción y consolidación del socialismo.
Pueden albergarse las aprensiones que se estime hacia el sector campesino —muy injustamente acusado por ese lector hasta de gran depredador ambiental—, pero lo que no puede ignorarse es el peso abrumador de la realidad. La terca realidad está ahí para regalarnos la sabiduría de sus lecciones.
Según estudios agrícolas, hasta hace muy poco los campesinos individuales daban un uso eficiente al 68 por ciento de sus tierras, mientras en manos estatales solo lo hacían al 29 por ciento, en las UBPC al 48, y en las cooperativas de producción agropecuaria al 58.
El colega José Alejandro Rodríguez —que ahora sabemos tiene un corazón a toda prueba— llamaba la atención sobre otro contraste muy revelador en un artículo reciente. Refirió datos de la Oficina Nacional de Estadísticas, según las cuales en el 2009 las cooperativas de créditos y servicios (CCS) —que agrupan a los famosos «minifundistas»— y de producción agropecuaria (CPA), con solo el 24,4 por ciento de las tierras cultivables del país, producían el 57 por ciento de los alimentos.
Pues sí que estas cifras, y otras consideraciones que no menciono, nos lo hacen todo más fácil… ¡Digo!, en saber a quién debemos darles las palmaditas.