Uno de los motores con que Cuba se mueve es el curso escolar. El ritmo de la vida cambia en septiembre y en julio. El tiempo se mide en cursos escolares. Así, se habla del curso pasado y del que viene.
Hay tantos cubanos de todas las edades involucrados en las actividades académicas y otras labores necesarias para garantizar su éxito, que prácticamente nadie está ajeno a ellas. No obstante, a veces no nos damos cuenta de todas las cosas que nos trae cada nuevo curso escolar.
Dos años atrás teníamos a muchos adolescentes y jóvenes en condición de becarios internos, mientras que ahora podemos dar seguimiento al avance en los estudios de nuestros muchachos día a día, pues los tenemos en la casa. La reubicación de escuelas dentro del perímetro urbano ha traído como valor agregado el fortalecimiento de los claustros de los planteles estudiantiles.
Nuevas carreras técnicas en ambientes mixtos de enseñanza técnica profesional, básica y media superior se han abierto, dando posibilidades de transitar hacia empleos necesarios para el desarrollo sustentable de un país que habrá de depender de explotar mejor sus recursos, lo cual tiene como premisa ajustar la pirámide educacional a la pirámide ocupacional, rasgo que en lo adelante debe caracterizar a la sociedad cubana.
Las tan necesarias y muchas veces hasta poco amadas ciencias, han encontrado cabida en un duodécimo grado insertado en las universidades, que de curso en curso se amplía. Las ciencias básicas son y serán el sustento de las tecnologías actuales y las que están por venir, de ahí el cuidado con que deben ser atendidas.
Se siguen manteniendo las ya tradicionales escuelas militares Camilo Cienfuegos, los institutos vocacionales de ciencias exactas y de ciencias pedagógicas, las escuelas deportivas y de artes, que responden a intereses vocacionales muy precisos. Se ha retornado a la formación de profesionales para la Educación Primaria y los círculos infantiles en las otrora eclipsadas escuelas formadoras de maestros que, como continuadoras en el tiempo de las escuelas normales, tan buenos y patrióticos maestros han formado.
En las escuelas de secundaria básica ahora los docentes se ocupan de dos especialidades, liberándose de la obligación —que con estoicismo en otros momentos asumieron— de desarrollar un amplio espectro de contenidos, para los cuales no estaban completamente capacitados. Este mismo rumbo ha tomado la formación en las universidades de ciencias pedagógicas, donde se forman los futuros maestros con un régimen presencial más intenso, lo que garantiza una mejor preparación académica —imprescindible pedestal para una sólida formación ideológica—, sin descuidar la necesaria práctica en las escuelas, tradición arraigada en la formación de maestros en Cuba.
La preparación de los estudiantes para el ingreso a la educación superior habrá de ir ajustándose, con los nuevos períodos lectivos, al rigor que se exige y necesita para emprender estudios de tan alta significación social. No obstante las facilidades de acceso que brinda la Universidad cubana, las posibilidades de ingreso habrá que continuar refrendándolas en exámenes para optar por carreras que son las que el país necesita, y esto en cada curso se pone más de manifiesto.
A lo anterior habría que agregar el énfasis que continuará poniéndose en preparar mejor al estudiante en los niveles precedentes, de modo que lleguen al preuniversitario con conocimientos más sólidos.
Otra buena señal es que sigue organizándose y robusteciéndose el proceso de universalización, el cual abrió otra puerta a que la Universidad, como caudaloso río de conocimiento, se derrame por todo el país.
Se abrieron ya las puertas de este período lectivo y comenzó lo que se antoja como un camino largo hacia el saber, pero entre exigencias docentes y vivencias humanas, pronto se llegará a mayo-junio del 2012 y los escolares sonreirán satisfechos al comprobar que otro curso ha quedado atrás… Y así una y otra vez, en un ciclo interminable que siempre depara cosas nuevas.
No es novedad: el tiempo en Cuba se mide en cursos escolares.