Se acabó el mes de agosto. A pesar de aquello de que «Cuba es un eterno verano», los nacidos en este archipiélago solemos despedir el octavo mes del año como si con su última hojilla hicieran mutis también los rayos del sol y las olas del mar. Tiene su dosis de nostalgia.
De alguna manera resulta comprensible. Con el repliegue estival levantan campamento también los planes vacacionales, los viajes de placer, la pausa masiva… Septiembre, en cambio, deviene restaurador. Su irrupción entraña compromisos bastante distanciados del asueto.
Se trata del retorno al aula, al surco, a la fábrica, a la oficina, a los servicios… Se trata del reencuentro impostergable con el deber individual y colectivo. Se trata de acudir con puntualidad y eficiencia a otra cita con la Patria en estos difíciles tiempos.
Millones de cubanos asumiremos con hidalguía tamaño desafío. Cierto: es tenue el parentesco entre los términos asueto y trabajo. Pero el deber también se disfruta. Fundamentalmente por quienes hacen de su cumplimiento diario el sentido de sus vidas y de sus aspiraciones.
Unos días en la playa, o de visita con la familia, o de siesta en el hogar, reconfortan el cuerpo y el espíritu. Dicho de otra manera: cargan las pilas para enfrentar las nuevas obligaciones con energías potenciadas. Y con incentivos incrementados. Estimulan y relajan.
Septiembre confía en que el principio del placer le tienda la mano al principio de la realidad. Y que el aula y el alumno se encuentren con la misma efusividad que la semilla y el surco, el torno y el obrero, el médico y el quirófano, el dependiente y el mostrador…
Estamos convocados a trabajar intensamente sin hacerles concesiones a la negligencia y a la improvisación. Infinidad de tareas aguardan por sus ejecutores. Postergarlas en estos momentos de definición, además de una indolencia colosal, constituye un crimen de leso deber.
El calor prosigue con sus azotes y la playa es todavía una añoranza. Empero, ahora lo apremiante es conferirle el máximo de calor a la jornada laboral y zambullirnos hasta las profundidades en la solución de tanto problema irresuelto. Se necesita para salvar a ultranza un proyecto social que tiene en el hombre a su básico protagonista.
Si agosto les puso punto final a las vacaciones masivas y al esparcimiento veraniego, septiembre pide consagración y entrega. El noveno mes llama a los competidores a los bloques de arrancada. Hay que correr bien. Es lo que exigen las actuales circunstancias.