Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Nadie está exento

Autor:

José Alejandro Rodríguez

El país cambia por día, y lo que falta. Aunque las animadversiones mediáticas desde grandes emporios informativos no descansan en pintarnos como una sociedad inmovilizada, hoy por hoy las transformaciones quiebran  dogmas, flexibilizan mecanismos y levantan prohibiciones ya obsoletas. Se propugna mayor horizontalidad en las relaciones económicas y sociales, superando el acendrado verticalismo y la acentuada hegemonía estatal.

Cuba muta, sin necesidad de una metamorfosis. Y lo hace gradualmente. Se diversifica sin altisonancias, ciegos pasos ni súbitos acelerones. Lo que sucede es que lo hace para más y mejor socialismo; para la plenitud de una sociedad que no ha logrado plasmar con eficacia sus grandes sueños, aunque ha dado mucho al ser humano.

A fin de cuentas, casi que nos quedamos solos, con algún que otro viejo amigo, en el empeño de construir un sistema que aún balbucea y es un ideal sin recetas. ¿A quién tiene Cuba enfrente, husmeándola? Ese viejo camaján del capitalismo, que durante siglos ha afilado sus agallas para rearticularse y emerger como un corcho, a pesar de sus crecientes asimetrías y absurdos.

Pero ni la disparidad en tiempo y experiencia con respecto al sistema antagónico, ni el cerco hostil que lidera el gran poder desde Washington, nos exoneran de nuestros propios tropiezos y errores, los aferramientos a fórmulas ineficaces y diseños económicos que fracasaron y se derrumbaron con el muro de Berlín. Por eso son los cambios. En ellos nos va la vida, sin un chance para fallar.

Ante tantos ditirambos y especulaciones internacionales, palos porque bogas y palos porque no, prefiero situarme en el vórtice de los cambios y defender todo lo bueno que pueden traer al cubano, sin dejar de preocuparme porque no perdamos el perenne observatorio crítico que detecte a tiempo los errores o desviaciones en las propias transformaciones. Para que nunca más lamentemos esto o aquello, en una especie de arqueología de las culpas cuando sea muy tarde.

Una de las premisas insoslayables para los cambios es el orden y la disciplina con que se asuman. Nunca como hoy urge al país la legalidad y la institucionalidad, para no dejar espacios a raros y distorsionados fermentos. Eso lo ha recalcado no pocas veces la dirección del país.

Y, lamentablemente, debemos reconocer que las realidades estrepitosas del Período Especial con tantas desarticulaciones, las nuevas distorsiones económico-sociales que se incubaron en estos años, y el deterioro de normas y preceptos, han abierto el camino a la ilegalidad y la impunidad, a una marginalidad ascendente. Ello se acentuó precisamente porque no pocos cuerpos legales con múltiples prohibiciones y laberintos, envejecieron intactos, y requieren toda una revisión a la luz de las realidades de hoy, como ya ocurre.

Lo peor es que muchos aprendieron a vivir y luchar fuera de la ley; y ahora es sumamente complejo, aunque no imposible, recuperar esos espacios. Y cuando digo muchos, no solo hablo del ciudadano, sino también de las instituciones.

Aplaudo la reconsideración de leyes y normativas que, por sus complicados pasadizos y excesivas prohibiciones, fomentaban la transgresión y el germen de la corruptela. Pero también abogo porque se destierre el peligroso mal de la ilegalidad y la impunidad, que en ciertos casos no cree ni en fallos de tribunales.

Al propio tiempo, la legislación cubana debe precisar más los deberes y derechos de las personas jurídicas y naturales, de las instituciones y los individuos. Y crear mecanismos más expeditos para que esos derechos y deberes, y toda la regulación punitiva, se hagan sentir mucho más en la responsabilidad y los bolsillos de cada quien.

Es un asunto de ciudadanos e instituciones; pero estas últimas, a fuer de representar al Estado, tienen que dar un ejemplo cristalino, y una señal de orden y transparencia frente a los primeros, y nunca dejarlos solos en sus problemáticas y esfuerzos por hacer valer sus derechos.

Aun así, hago votos porque tantos cambios se hagan con equilibrios. Sí, el espíritu de la Ley, bien aplicado y exigido, puede poner en su balanza la justicia y el orden para todos, sin excepción. Nadie puede estar sobre nadie.

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